Decía el viejo filósofo Platón que de virtud hay una especie, pero de maldad muchas. ¿Alguna vez habéis oído hablar de la cicuta? Pues es precisamente la planta venenosa que se utilizó para matar a su maestro, el viejo Sócrates. Sin embargo, ni esta planta ni otras con venenos mucho más mortales, como la planta de ricino —quien haya visto la serie Breaking Bad igual se acuerda—, se catalogan claramente como armas biológicas. Tampoco las serpientes que usaba Aníbal de Cartago o los escorpiones que arrojaron al emperador Septimio Severo. Y es que agarraos, porque hoy os vamos a hablar de armas biológicas.
Por su potencial destructivo, la OMS considera que las armas biológicas son más bien microorganismos patógenos utilizados como armas de guerra capaces de atentar contra los seres humanos, animales o plantas. Los principales y más peligrosos agentes biológicos que pueden ser usados como arma son las bacterias y los virus, pero también están los hongos y los protozoos, causantes de enfermedades como la malaria o la toxoplasmosis. Además, como hemos observado en la pandemia, la peligrosidad está muy relacionada con la facilidad de diseminación y capacidad de contagio. Podemos encontrar agentes infecciosos que se propagan mediante aerosoles y se contagian al ser inhalados como el coronavirus. Algunos solo logran entrar en nuestro cuerpo cuando tenemos contacto directo o heridas abiertas, como por ejemplo las enfermedades de transmisión sexual. Otros pueden persistir en los suministros de agua o en los alimentos, como por ejemplo la salmonela en el huevo, y muchos también son transmitidos por animales como ratas, mosquitos o pulgas.
Ahora bien, ¿de verdad es posible utilizar la biología como arma?
El Departamento de Salud y Servicios Humanos del Gobierno de Estados Unidos ha clasificado algunos agentes como agentes selectos para ser utilizados como armas biológicas. Todo lo que se cuenta aquí es información pública o desclasificada. Ninguna oveja ha sido lastimada en la edición del vídeo, aunque hemos hecho que trabajen hasta muy tarde.
Aquí vamos con la clasificación.

En primer lugar, tenemos a los agentes tipo C, que son patógenos emergentes, fáciles de conseguir y que podrían ser fácilmente modificados genéticamente para ser usados como armas. Los de tipo B serían agentes fáciles de diseminar, pero con una mortalidad baja, como por ejemplo la salmonela o la bacteria que produce el tifus. Por último, los agentes de tipo A son considerados directamente como un riesgo absoluto de seguridad nacional por su alta dispersión y elevada mortalidad. Y en ellos nos vamos a centrar en este vídeo.
Ahora bien, es importante que entendáis que estos agentes biológicos casi siempre se encuentran contenidos en laboratorios de altos niveles de seguridad. Estos laboratorios son la última barrera de contención de estos horripilantes organismos capaces de muchas maldades. Por ello, la OMS publicó un manual con una clasificación alternativa para entender el peligro de un agente biológico fuera de control. En el primer grupo, el grupo uno, se encuentran organismos que resulta poco probable que causen enfermedades en el hombre. Con estos nos podemos llevar bien. Un ejemplo podrían ser las levaduras que se usan para hacer cerveza o el pan.
Nadie desconfiaría de ellas y todos estamos muy contentos de tenerlas por ahí pululando. Al grupo dos pertenecen aquellos agentes que son capaces de causar una enfermedad en el hombre y pueden suponer un peligro para los trabajadores, siendo poco probable que se propaguen y existiendo contra ellos un tratamiento eficaz. Un ejemplo del grupo dos es la causante de la enfermedad conocida como la juventud. Ah, pues sí, os estoy hablando de Clostridium botulinum, la bacteria que produce la neurotoxina conocida como bótox, que os sonará porque es lo que se inyecta la gente para estirarse la piel y estar más guapa.

Pues agarraos: a pesar de ser del grupo dos, el bótox es uno de los venenos más mortales de la Tierra. Si su dosis fuese posible, solo con 500 g de bótox se podría aniquilar a toda la población humana del planeta. Pero no os asustéis, el bótox que se inyecta está extremadamente diluido y aunque la bacteria se escapase de un laboratorio, no podría hacer mucho por sí sola. Ahora bien, cabe mencionar que en manos inadecuadas la bacteria causante del botulismo, que es como se conoce la enfermedad que produce, podría ser un arma biológica del grupo A.
Otro ejemplo del grupo dos es el Vibrio cholerae causante del cólera, una enfermedad diarreica aguda que puede ser mortal si no se trata en cuestión de horas. Esta enfermedad, como ya se vio en la novela de García Márquez, está muy ligada a la falta de acceso a aguas limpias y para prevenirla es necesario saneamiento y vigilancia del agua, así como la vacunación oral. A pesar de que el cólera es fácil de diseminar, es una enfermedad controlable de clase B. En el grupo tres la cosa se pone complicada. Estos agentes son capaces de causar graves enfermedades y peligros a los trabajadores de laboratorios y además su riesgo de propagación es muy alto. Eso sí, quedaos tranquilos porque para estos agentes generalmente existen tratamientos y medidas de protección eficaces. Dentro de este grupo se encuentran los agentes más usados en la historia de la guerra biológica.
Yersinia pestis, el causante de la peste negra del siglo XIV, es una bacteria que se transmite por las pulgas que los roedores, como las ratas, llevan en su pelaje. La forma de la enfermedad más corriente es la peste bubónica primaria, que ataca brutalmente a los ganglios linfáticos, haciendo que se hinchen y tomen un color negro formando lo que se conocía como bubones. Pero existen otras variantes mucho más mortales. En la peste septicémica, el contagio llega a la sangre y acaba formando manchas oscuras en la piel, de ahí el nombre de muerte negra. Por otra parte, la peste neumónica, además de formar bubones, acaba afectando al aparato respiratorio, provocando una tos muy contagiosa. Los médicos de la peste sabían que la enfermedad podía contagiarse por el aire, sin embargo, no se les ocurrió algo muy efectivo. Lo que hicieron fue llenar esas máscaras con forma de pájaro de distintas clases de hierbas y perfumes, creyendo que así impedirían el paso del agente infeccioso. Por supuesto, el potencial uso armamentístico de la peste es de clase A.

La fiebre amarilla, que se usó como arma biológica por las tropas confederadas, es una enfermedad viral hemorrágica transmitida por mosquitos. Es endémica en zonas tropicales de Sudamérica y África. Sin embargo, existe vacuna, así que su uso como arma biológica es verdaderamente limitado. Eso sí, el virus de la fiebre amarilla o del vómito negro conocido en América es el eslabón débil del horripilante grupo al que pertenece. Estos son los virus de fiebres hemorrágicas o los FHV, muchos de ellos de nivel 4 y clase A y de los que hablaremos más tarde.
Tras el mortal brote por inhalación de ántrax que se dio por una fuga en una base militar de Sverdlovsk en la Unión Soviética, el Bacillus anthracis demostró su potencialidad como arma biológica. El ántrax se ha ganado una prensa muy mala a pesar de ser una enfermedad que afectaba más al ganado que al ser humano. Y el motivo es que aunque el contagio ha de ser directo entre animales y personas, y el contagio persona a persona es extremadamente difícil, existe una tercera forma de contagio: la inhalación de sus esporas.
Igual habéis escuchado que estas esporas fueron dispersadas mediante sobres hace tiempo en un ataque bioterrorista en Estados Unidos, llevándose por delante la vida de cinco personas. Pero tranquilos, hace falta una gran concentración de esporas para matar a una persona. Y cabe mencionar que para aislar esporas de Bacillus anthracis se necesitan condiciones de preparación tremendamente complejas, además de cepas virulentas que no están a disposición de cualquiera. Por si teníais curiosidad, el ántrax es una enfermedad grave y aguda en la cual una toxina actúa a nivel celular, lo que acaba dañando la piel o, en su forma más agresiva, los pulmones. Y obviamente es de clase A.

Por cierto, seguro que no adivináis quién está también bien clasificado dentro del grupo 3. ¿Os hacéis una idea? Pues sí, amigos, el SARS-CoV-2, el infame coronavirus, que además es un agente de tipo C por el riesgo que conlleva su manipulación genética. Y si el coronavirus es de tipo tres, ¿os podéis imaginar lo que podría hacer un agente biológico del grupo 4? Pues vamos a hablar de ellos. En su totalidad, los agentes de este grupo son virus y, de hecho, ya os hemos hablado de algunos: los temibles virus de las fiebres hemorrágicas. Aquí podemos encontrar, por ejemplo, el virus del ébola, un virus fatal que causa una enfermedad con una mortalidad media del 50%. El virus es transmitido al ser humano por animales salvajes y se propaga en las poblaciones humanas de persona a persona.
Otro virus de esta familia es el virus de Marburgo y también es extremadamente letal. Formó parte de una serie de patógenos militarizados con éxito por el programa soviético Biopreparat. Para terminar, no podemos despedirnos sin hablar de un espantoso fantasma. Nos referimos a un virus extremadamente contagioso y con un elevadísimo índice de mortalidad. Un virus que puso el mundo patas arriba y por el cual seguramente muchos estéis vacunados.
Hablamos de la viruela o más concretamente de su virus, el Variola virus. Sus principales características eran su tasa de mortalidad altísima, alrededor de un 30%, y con tasas especialmente elevadas en bebés. También eran características las cicatrices que dejaba por todo el cuerpo. Un ejemplo pictórico lo tenéis en este retrato de Fernando II de Medici. La viruela fue declarada oficialmente erradicada en 1980 mediante vacunación y es la primera enfermedad combatida a escala mundial. Este éxito extraordinario se logró gracias a la colaboración de países de todo el mundo.

Pero eso sí, se sabe que aún existen cepas aisladas de Variola virus en laboratorios de Estados Unidos y Rusia como mínimo. Y por este motivo se considera el arma bioterrorista más peligrosa que existe. ¿Os imagináis la COVID al revés? ¿Y si los que murieran fuesen los jóvenes y la gente mayor se salvase? En este caso, la velocidad de contagio y mortalidad serían demasiado altas como para lograr una vacunación masiva eficiente. Una pandemia de viruela supondría un golpe durísimo a nivel económico y social. Ver morir a los hijos no solo sería un batacazo psicológico, sino algo que podría invertir la pirámide poblacional, dejando a los mayores sin posibilidad de sustento en su jubilación y extenuando a la población de forma brutal.