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Memorias de Pez » ¿Por qué NO comemos animales carnívoros?

¿Por qué NO comemos animales carnívoros?

Por Paula Pérez Calvo
29 de junio de 2025 a las 18:54
en Ciencia
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¿Por qué NO comemos animales carnívoros?

Hoy nos hemos hecho una pregunta que quizás también os hayáis planteado alguna vez: ¿por qué los humanos no solemos comer animales carnívoros?

Es cierto que de vez en cuando ocurre y que depende mucho de las distintas culturas, pero no creo que en la carta de tu restaurante favorito vayas a ver ni águila imperial ni carpaccio de hiena. La realidad es que no hay una única razón por la que no comemos animales carnívoros. Hay un entramado de factores biológicos, culturales, ecológicos e históricos que se cruzan y se influyen mutuamente. A lo largo del tiempo, todo ello ha ido moldeando nuestra relación con la carne y con los animales que consideramos alimento. Así que hoy vamos a reflexionar por qué, cuando llega la hora de comer, preferimos una jugosa hamburguesa de vacuno antes que una hecha con la carne de un animal con colmillos más afilados.

La primera razón que se nos puede venir a la mente es la seguridad alimentaria. Para entenderlo mejor, vamos a repasar algo básico: la cadena trófica o alimentaria. Esta cadena describe cómo se transfiere la materia y la energía entre seres vivos a través de la alimentación. Básicamente, las especies que están en un determinado nivel obtienen los recursos necesarios para la vida del nivel inmediatamente anterior. Es decir, esta transferencia ocurre de forma ascendente.

Al consumir carne, y además cruda, los carnívoros pueden tener mucha más posibilidad de infectarse de patógenos que afectan a otros animales. Muchos virus y bacterias saltan entre especies que comparten cadenas alimentarias, como por ejemplo los causantes de la rabia, la triquinosis o la toxoplasmosis. Además, algunos carnívoros son reservorios de enfermedades zoonóticas, es decir, enfermedades que se transmiten entre animales y seres humanos.

También podría ser importante la bioacumulación, un proceso por el cual ciertos compuestos, como metales pesados o distintos pesticidas, se acumulan en los tejidos de los seres vivos en concentraciones más elevadas que las presentes en el entorno o en sus fuentes de alimento. Esto ocurre porque el organismo no puede eliminarlos tan rápido como los absorbe. Existe otro fenómeno muy relacionado: la biomagnificación.

La cuestión es que hay un aumento progresivo en las concentraciones de esos compuestos a medida que se avanza en la cadena trófica. Imagina un pequeño pez que absorbe mercurio del agua y de las algas que consume. Luego viene un pez más grande y se lo come, después otro aún mayor hace lo mismo. Así, las concentraciones de mercurio van aumentando en cada nivel. Por eso, los grandes depredadores marinos como el atún rojo, el pez espada o los tiburones —que además tienen un mayor tamaño y viven más tiempo— son los que presentan las dosis más altas de mercurio.

Por cierto, no tengas miedo de comer estos pescados, aunque, eso sí, cuanta más variedad, mejor. No hay problema en consumirlos salvo en el caso de mujeres embarazadas o niños pequeños, donde sí se aconseja evitar o reducir su consumo.

Pero no se trata solo de mercurio. También se han detectado acumulaciones de pesticidas en todo tipo de animales, como por ejemplo en las aves rapaces. Por si fuera poco, en las últimas décadas hemos añadido otro compuesto al cóctel: los microplásticos. Hoy sabemos que los microplásticos están literalmente en todas partes: en la tierra, el agua, el aire y, por supuesto, en cada nivel trófico, incluidos nosotros. Los científicos los han hallado en cada rincón de nuestro cuerpo. Todavía no están claras las consecuencias de esta acumulación para nuestra salud, pero todo apunta a que no es una buena noticia.

Curiosamente, a casi nadie se le ocurriría comerse un oso. Nos parecería extraño, incluso inapropiado. Pero, por otro lado, mucha gente diría que el atún, uno de los grandes cazadores del océano, es su comida favorita. Esta contradicción nos puede dar otra pista de por qué no comemos animales carnívoros: las costumbres culturales. Aunque siempre hay excepciones, lo cierto es que en la mayoría de las culturas no está bien visto consumir animales como felinos, cánidos o aves rapaces. Existe un componente emocional, ya que son animales que muchas veces están rodeados de un aura simbólica: representan inteligencia, majestuosidad, valentía… y todo esto despierta nuestra empatía, lo que nos hace estar menos dispuestos a meterlos en la sartén.

Además, las religiones han establecido límites muy concretos sobre qué se puede y qué no se puede comer. Por ejemplo, en el islam está prohibido consumir bestias con colmillos o aves con garras. En el judaísmo, solo se permite comer animales que tienen la pezuña hendida y rumian, como las vacas o las ovejas. Estas normas no solo responden a motivos espirituales, sino también a antiguas consideraciones prácticas e higiénicas que, con el tiempo, se transformaron en reglas culturales profundamente arraigadas.

También hay que hablar de su valor ecológico. Los animales carnívoros son esenciales para el equilibrio de los ecosistemas. Regulan las poblaciones de herbívoros y otros animales, lo que ayuda a evitar la sobreexplotación de la vegetación. Además, tienden a cazar a los animales más débiles, enfermos o viejos, lo que fortalece genéticamente a las poblaciones de presas, promoviendo individuos más sanos y resistentes.

Y también tenemos que dar su momento de gloria a los carroñeros, como los buitres o las hienas. Aunque su reputación no es la mejor, gracias a ellos los cuerpos muertos desaparecen con rapidez, evitando la proliferación de enfermedades. Por todo esto, muchos carnívoros son considerados especies paraguas: al protegerlos, indirectamente estás conservando a muchas otras especies y hábitats.

Uno de los ejemplos más famosos es el de los lobos de Yellowstone. Este parque nacional se encuentra ubicado en los estados de Wyoming, Montana e Idaho, en Estados Unidos. A principios del siglo pasado, los lobos fueron cazados hasta su completa desaparición. Sin su principal depredador, la población de ciervos se disparó. Esta sobrepoblación provocó un sobrepastoreo, especialmente en las zonas cercanas a ríos y otras acumulaciones de agua, lo que llevó a una grave degradación del terreno. Muchas otras especies se vieron afectadas y la salud del ecosistema se deterioró notablemente.

Todo comenzó a cambiar a finales de los años noventa, cuando se reintrodujeron 31 lobos grises procedentes de Canadá. Con el tiempo, los lobos empezaron a controlar la población de ciervos, no solo reduciendo su número, sino también modificando su comportamiento. Los ciervos comenzaron a evitar las áreas abiertas y vulnerables, que eran justamente las que más daño habían sufrido. Esto permitió que especies vegetales como sauces y álamos volvieran a crecer a orillas de los ríos, estabilizando las riberas y reduciendo la erosión.

Con la recuperación del hábitat regresaron otros animales, como los castores, que utilizan estas plantas para construir sus diques. Gracias a ellos, surgieron nuevos hábitats acuáticos, lo que impulsó el retorno de anfibios, peces y aves acuáticas. El retorno de los lobos también reguló la población de coyotes, que habían ocupado el lugar de depredador principal. Los coyotes no pueden matar grandes animales, pero sí son expertos en la caza de roedores y otros pequeños mamíferos.Con menos coyotes, estos pequeños animales aumentaron en número, lo que a su vez benefició a aves rapaces y otros predadores menores que se alimentan de ellos. En definitiva, una verdadera regeneración ecológica en Yellowstone.

Probablemente, una de las razones de mayor peso sea la eficiencia alimentaria. Cada vez que subimos un nivel en la cadena alimenticia, gran parte de la energía se pierde por el camino. Esto se explica con un principio básico de la ecología llamado la ley del diezmo ecológico. Según este principio, únicamente alrededor del 10 % de la energía que almacena un organismo se transfiere al siguiente nivel trófico. El resto se pierde en procesos como el metabolismo, la producción de calor o los desechos.

Imagina que queremos montar una granja de cría de tigres para obtener un kilo de carne de tigre. Según este principio, ese tigre tendría que haber comido unos 10 kilos de carne de vaca. Y, para producir esos 10 kilos de carne de vaca, hicieron falta unos 100 kilos de plantas. En resumen, tu filete de tigre tendría apenas el 1 % de la energía original, y eso sin hablar del espacio, el agua, los recursos o el tiempo. Criar a la mayoría de carnívoros para consumo humano sería económicamente inviable.

Y, por último, una razón más que, aunque pueda parecer poca cosa, en realidad no lo es tanto: el sabor de la carne y su textura. Seamos honestos: nadie quiere cenar algo que sabe mal y cuesta masticar. La carne de los carnívoros, en general, tiene un sabor más fuerte y agresivo, debido a su dieta rica en proteína animal. Además, los carnívoros suelen tener cuerpos muy musculosos, con baja proporción de grasa intramuscular, lo que los hace menos jugosos. Su carne tiende a ser más dura… vamos, como masticar una zapatilla mojada.

Etiqueta Animalescarnívoroscomidadieta
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