Si eres un fan del universo de fantasía creado por Tolkien, seguro que estás pendiente de la lucha que se mantiene por el control de la Tierra Media, y los elfos juegan un papel fundamental en ella. Una de las características más alucinantes es que envejecen de forma mucho más lenta que los hombres, pudiendo llegar a ser seres prácticamente inmortales. Pero ¿y si los elfos existieran en la realidad? ¿Podría existir un motivo biológico para que vivan tanto tiempo? Atentos, porque hoy, en el Corral de Doly, vamos a hablar de biología del envejecimiento.
Pero antes de nada, tenemos que responder a una pregunta: ¿por qué los seres humanos envejecemos? Con el paso del tiempo, nuestras células van acumulando daños producidos por distintas causas que provocan que, de forma progresiva, vayan funcionando peor, lo que aumenta el riesgo de tener distintas enfermedades. Es como si fuéramos comprando boletos hasta ganar el premio… solo que en esta ocasión no es algo muy bueno, precisamente.

Existen distintos procesos que contribuyen a este deterioro, y uno de los más conocidos es el acortamiento de los telómeros. ¿Y qué son los telómeros? Bueno, pues el ADN, la molécula fundamental que codifica nuestra información genética, está dentro de cada una de nuestras células y se encuentra organizado en distintos paquetes que se llaman cromosomas. Los telómeros son unas estructuras que se encuentran en los extremos de los cromosomas, como el plástico duro que hay al final de los cordones, ese que impide que se deshilachen. Bueno, en realidad son una secuencia corta de ADN que se repite una y otra vez, cuya única función es hacer bulto.
¿Pero por qué son tan importantes? Cuando una célula se divide, tiene que hacer dos copias de ADN para que sus dos hijas tengan la misma información genética. Pero, cuidado, existe un precio a pagar por este proceso: por cada ronda de división celular, se pierde una pequeña porción de los extremos de los cromosomas. Es decir, que poco a poco nuestras células van perdiendo información genética. Si tenemos en cuenta que el ADN son las instrucciones que indican a nuestras células cómo actuar, pues protegerlo es fundamental. Los telómeros son la solución, al menos de forma parcial. Si de forma inevitable se pierde ADN en cada división celular, pues es preferible que sea la información de los telómeros —que no vale para nada— evitando así que se pierda otro tipo de información que sea de importancia vital para la célula.

Pero claro, a medida que nos vamos haciendo mayores, los telómeros se van acortando de forma progresiva hasta que llega un punto crítico en el que son tan cortos que los cromosomas se vuelven inestables, lo que aumenta la posibilidad de que el ADN se dañe hasta un punto catastrófico. En este punto, la célula tiene dos opciones. La primera es la muerte celular programada —vamos, que la célula se suicida— en un proceso que se llama apoptosis. La otra opción que tienen es entrar en un estado que se denomina senescencia: se resisten a morir, pero es como si dieran al botón de stop, deteniendo su ciclo celular y, por tanto, dejando de dividirse.
La acumulación de células senescentes implica que el tejido del que forman parte no se regenere como al principio, con lo cual envejecemos. Es decir, aunque también tengan funciones importantes —como por ejemplo en la curación de heridas—, estas células empeoran la salud y están relacionadas con enfermedades asociadas a la vejez.
Si se piensa un poco, existe una solución muy obvia al acortamiento de los telómeros: alargarlos. Y esto es posible gracias a la acción de la enzima telomerasa. Es como si diera una vida extra a las células, ya que su única función es añadir a los extremos de los cromosomas la secuencia repetitiva de los telómeros. De esta manera, las células pueden dividirse más veces y tardan más tiempo en volverse senescentes.
Pero entonces, ¿por qué envejecemos? En realidad, esta enzima se desactiva en casi todo el organismo después del nacimiento y solo actúa en células muy especiales, como por ejemplo las células madre o las sexuales. Vamos, que estamos condenados a envejecer y, tarde o temprano, a morir.
Además, existe un problema muy serio con la telomerasa, y es que existen otro tipo de células que han sido capaces de activar esta enzima cuando no deberían poder hacerlo. Nos referimos a las células cancerosas. Este es uno de los motivos por los que tienen la capacidad de dividirse sin parar: sus telómeros nunca son lo bastante cortos como para que la división se detenga. Vamos, que son unas células virtualmente inmortales.

Así pues, la enzima telomerasa es como un arma de doble filo. Por un lado, repara los telómeros y, por tanto, detiene el envejecimiento, pero por el otro, favorece la aparición de tumores por la división celular incontrolada. En la actualidad, esta enzima se está estudiando como diana terapéutica desde los dos puntos de vista: aumentar su actividad en células normales como mejora de enfermedades relacionadas con la vejez, e intentar detener su actividad en la lucha contra el cáncer.
Por lo tanto, desde el Corral de Dolly, ya tenemos una posible explicación biológica a la inmortalidad de los elfos: tienen una versión mejorada de nuestra telomerasa que actúa en todas sus células, manteniendo un equilibrio entre el alargamiento y el acortamiento de los telómeros. De esta forma, no habrá ninguna actividad aberrante que produzca cáncer.