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Memorias de Pez » La Unión Europea se rinde ante Trump, ¿por qué?

La Unión Europea se rinde ante Trump, ¿por qué?

Por Paula Pérez Calvo
2 de agosto de 2025 a las 11:23
en Geopolítica
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La Unión Europea se rinde ante Trump, ¿por qué?

En los últimos meses la relación entre la Unión Europea y Estados Unidos ha sido más parecida a una pelea de bar que a una relación cordial entre aliados. Estados Unidos y la Unión Europea. Llevan meses mirándose mal, lanzándose indirectas y amenazando con acabar dándose de leches si uno no agachaba las orejas. La posición de Estados Unidos había sido la del matón que va buscando bronca. Su posición era algo así como “si no me compráis más cosas y no invertís más aquí, os voy a clavar un arancel del 30 % o más en casi todo lo que me vendáis”. Vamos, que si eras europeo y exportabas queso, coches o vino, lo ibas a pagar caro. Por su parte la UE, que no quería bronca, pero tampoco quería parecer débil, se ha sentado a negociar con cara de póker. Así que en el vídeo de hoy vamos a responder a varias preguntas ¿Cómo se originó todo este lío?¿Qué se ha acordado? y sobre todo ¿Quién sale ganando con el acuerdo firmado?

Todo este lío no viene de la nada. Trump no se levantó un día y dijo: “Me apetece subir aranceles a Europa” porque sí. Todo esto tiene un trasfondo que merece la pena explicar. Todo empieza con la visión del mundo que tiene Trump. Él cree que Estados Unidos ha sido demasiado generoso durante décadas: protegiendo militarmente a Europa, permitiendo déficits comerciales enormes, y dejando que otros países crecieran a costa del trabajador americano. Y lo lleva diciendo desde los años 80. Para él, el comercio global ha sido un chollo para otros… y una estafa para EE. UU. Su idea es sencilla: “Si Europa quiere vendernos sus productos, que pague por ello. Y si no quiere pagar, que nos compre más cosas a nosotros”. Pero además hay otra capa: Trump quiere reducir el déficit comercial, es decir, que Estados Unidos deje de importar mucho más de lo que exporta. Y con la UE ese déficit es enorme. Europa le vende a EE. UU. coches, maquinaria, alimentos, lujo… pero le compra mucho menos en comparación.

Así que Trump hace lo que mejor sabe: presionar. El primer paso fue anunciar que va a imponer aranceles del 30 % o incluso más a todo lo que venga de la UE. ¿Y por qué tan alto? Porque sabe que Europa depende mucho de esas exportaciones, y porque eso le da poder de negociación. Además, hay un factor geopolítico: quiere forzar a Europa a depender más de EE. UU. en temas clave, como la energía o la defensa. Especialmente tras la guerra de Ucrania, la UE buscó diversificar sus proveedores… pero Trump quiere que vuelva al redil americano. Si puedes convencer a los europeos de que te compren gas, petróleo y armamento, no solo haces caja: también recuperas la influencia estratégica que has perdido por ser un aliado poco fiable. Vamos que la forma de hacer amigos de Trump es amenazar a otros para obligarles a ser sus amigos.
Y ojo, hay una última cosa que irrita profundamente a Trump, las regulaciones europeas. Trump y muchos en su administración ven las normas de la UE como aranceles disfrazados. Por ejemplo, cuando Europa impone estándares ambientales o digitales que afectan a productos americanos, él lo interpreta como proteccionismo encubierto. Así que responde con aranceles como forma de “equilibrar el juego”.

Una vez sabemos por qué Trump quiere poner aranceles a los productos europeos y por qué quiere que la Unión Europea compre más a Estados Unidos es hora de analizar el acuerdo al que se ha llegado. Para hablar de esto tenemos que detenernos en marzo. Fue entonces cuando Trump en uno de sus discursos, lanzó una advertencia directa: acusó a la UE de beneficiarse de lo que llamó “aranceles invisibles”, refiriéndose a las normas europeas, las trabas regulatorias y los subsidios a empresas propias. Y como es habitual en él, no se quedó en las palabras. Su equipo económico empezó a preparar un paquete de aranceles masivos que se filtrarían poco después a la prensa. En abril ya se hablaba abiertamente de tasas del 30 % o incluso del 50 % sobre prácticamente todas las exportaciones europeas: desde coches alemanes hasta queso francés, pasando por tecnología, maquinaria o textiles. 

En Bruselas, la noticia cayó como una bomba. Algunos países intentaron mantener la calma, pero otros —especialmente los más exportadores, como Alemania, Italia o Países Bajos— empezaron a presionar para negociar cuanto antes. La Comisión Europea, con Von der Leyen al frente, comenzó contactos discretos con Washington para buscar una salida pactada, aunque el margen de maniobra era muy limitado. Trump tenía claro que no quería un acuerdo equilibrado: quería que Europa comprara más productos estadounidenses, invirtiera más en suelo americano y, de paso, reforzara su dependencia energética y militar hacia EE. UU. En junio, la tensión alcanzó su punto máximo cuando Trump impuso un ultimátum claro: si no había un nuevo acuerdo comercial antes del 1 de agosto, los aranceles entrarían en vigor sin excepción. Esta vez no era un farol. El Departamento de Comercio ya tenía preparada la maquinaria legal para activar las tasas de forma inmediata. El riesgo de una nueva guerra comercial era real.

Tras días de tira y afloja, y a solo cuatro días de la fecha límite, el 27 de julio se anunció el acuerdo. La Unión Europea aceptaba un arancel fijo del 15 % para casi todos sus productos, lo cual, aunque suena alto, era una rebaja considerable respecto al castigo que se venía preparando. A cambio, la UE se comprometía a comprar 750.000 millones de dólares en energía estadounidense en los próximos tres años —gas natural, petróleo, material nuclear— y a invertir otros 600.000 millones en empresas e infraestructuras dentro de EE. UU., incluyendo contratos de defensa.

La pregunta es ¿Quién sale ganando con este acuerdo? Pues la verdad, que para la Unión Europea esto ha sido algo más parecido a una capitulación que a una negociación. ¿Por qué? Veamos. Para comparar lo bueno o malo que es el acuerdo tenemos que comparar la situación de uno y otro antes de que empezara toda esta polémica. La realidad es que Trump y Estados Unidos han logrado imponer sus condiciones sin necesidad de llegar a una guerra comercial abierta. Trump ha conseguido que Europa le compre muchísimo más gas, petróleo y tecnología, reforzando así la economía estadounidense justo en sectores estratégicos. Además, ha conseguido mantener un arancel del 15 % sobre productos europeos, lo cual encarece las exportaciones de la UE y protege al productor americano. Porque sí, sobre la mesa estaban aranceles mucho más agresivos, pero la realidad es que los aranceles que había antes de la llegada de Trump al poder apenas llegaban al 5%. Pero lo más importante para Trump no es solo el dinero: es el poder simbólico. Él necesitaba demostrar que podía doblegar a un bloque como la Unión Europea y lo ha conseguido. Ha dejado claro que si alguien quiere acceso al mercado estadounidense, tiene que pagar. Esto fortalece su imagen interna como líder duro que no se deja pisar, algo clave de cara a las elecciones de medio mandato o para consolidar su discurso proteccionista.

Para la UE, la historia es más amarga. Ha evitado un desastre mayor, sí. Pero ha tenido que tragar con un trato desigual. Las empresas europeas van a pagar más por vender en EE. UU., y al mismo tiempo la UE se compromete a comprar e invertir cientos de miles de millones en el país que la acaba de presionar. Es algo así como invitar a cenar a quien antes te ha amenazado para que le des dinero.

No obstante hay quien en Bruselas está contento. ¿Por qué? Bueno, aunque no lo parezca a primera vista, hay algunas cosas positivas que Europa puede sacar de este acuerdo, aunque vengan con un sabor amargo.

  1. La primera es que se ha evitado el incendio. Trump venía con la cerilla encendida y un bidón de gasolina: si no se firmaba nada, los aranceles podían dispararse hasta el 30 o el 50 %. Eso habría supuesto una guerra comercial abierta que habría dañado muchísimo a la industria europea. Con este pacto, al menos se consigue previsibilidad: las empresas ya saben a qué atenerse, pueden planificar, ajustar márgenes y estrategias sin el miedo a un nuevo volantazo de Washington la semana que viene.
  2. Además, aunque haya que pagar aranceles del 15 %, se han salvado sectores clave. Productos como los aviones, componentes de alta tecnología, semiconductores o ciertos materiales químicos quedan fuera del arancel. Eso significa que las partes más punteras de la economía europea, las que generan más valor añadido y dependen de mercados globales, podrán seguir funcionando sin ese lastre.
  3. Otro punto a favor, aunque indirecto, es que este golpe de realidad puede despertar a Europa. Lleva años confiando demasiado en que EE. UU. sería siempre un socio leal, y eso ya no es así. El acuerdo puede servir como empujón para acelerar una autonomía estratégica real: menos dependencia energética, más inversión en defensa propia, más alianzas comerciales fuera del eje Washington-Bruselas. No es inmediato, pero el pellizco duele lo suficiente como para espabilar.
  4. También se puede aprovechar la inversión forzosa en EE. UU. para posicionar a empresas europeas dentro del mercado americano. Si se hace bien, parte de ese dinero invertido puede ir con condiciones o crear nuevas oportunidades de negocio desde dentro. Es decir, si tienes que meter el pie en la puerta, al menos aprovecha para quedarte en la sala.
  5. Y por último, a nivel político interno, Europa ha dado imagen de unidad. Con todas las diferencias entre países, se ha conseguido cerrar un acuerdo común frente a una presión muy fuerte. Eso, en estos tiempos, no es poco.

Vale ya hemos visto que Estados Unidos y sus productores que a partir de ahora estarán protegidos de las exportaciones europeas son los más beneficiados y que la Unión Europea y su industria exportadora es la gran perjudicada. Pero, ¿Hay alguien más que salga ganando o perdiendo de todo esto?

¿Quién gana?

Por un lado está la industria energética estadounidense, que se ha llevado un contrato monumental: 750.000 millones de dólares en compras por parte de Europa en solo tres años. Gas natural licuado, petróleo, y probablemente uranio enriquecido para reactores nucleares. Con ese volumen garantizado, las petroleras y gaseras estadounidenses tienen demanda asegurada y margen para subir precios. Lo mismo para las compañías de transporte y logística asociadas. Con ese volumen garantizado, las petroleras y gaseras estadounidenses —como Cheniere Energy, ExxonMobil o Venture Global— tienen demanda asegurada y margen para subir precios. Lo mismo para las compañías de transporte y logística asociadas, como Sempra Infrastructure o Kinder Morgan, que gestionan terminales, gasoductos y exportaciones.

Con este acuerdo también gana el sector de defensa estadounidense. La Unión Europea, al comprometerse a invertir 600.000 millones en suelo americano, va a meter buena parte de ese dinero en compras militares. Esto beneficia directamente a gigantes como Lockheed Martin la cual produce los famosos F-35 y los sistemas HIMARS, RTX que fabrica los incombustibles sistemas patriot o Northrop Grumman que exporta una gran cantidad de drones de vigilancia.

Otro beneficiado indirecto es el dólar, que sale reforzado. Si Europa se ve obligada a comprar energía y armamento en grandes cantidades a EE. UU., va a necesitar más dólares para hacerlo. Esto genera más demanda de la divisa estadounidense, lo cual ayuda a mantenerla fuerte frente al euro y otras monedas. Y un dólar fuerte beneficia al consumidor americano (en ciertos casos) y refuerza la posición global de EE. UU. como centro financiero.

¿Quién pierde?

Pues además de los productores europeos, los que más pierden con todo esto son los consumidores estadounidenses, los cuales van a pagar más por muchos productos europeos. Aunque el arancel lo pague formalmente la empresa europea, en la práctica ese coste se traslada al precio final. O sea, si alguien en Kansas quiere comprarse un bolso de Louis Vuitton o una botella de vino riojano, le va a salir más caro. Esto no va a hacer que el país colapse, pero el bolsillo del consumidor lo va a notar. Y esto, en un contexto de inflación todavía alta, no es un detalle menor.

Otros perdedores son las empresas estadounidenses que dependen de suministros europeos. Piensa en industrias como la química avanzada o la maquinaria, que muchas veces usan piezas o tecnología europea para fabricar productos americanos. Esas empresas van a ver encarecidos sus costes o tendrán que buscar alternativas más caras o menos eficientes. Esto puede reducir su competitividad, aunque no se note de golpe. No obstante para evitar estos problemas Estados Unidos dejará sin aranceles a algunos productos estratégicos.

Y por último tenemos a los países de fuera del eje EE. UU.-UE. Al fin y al cabo este acuerdo garantiza la continuidad del eje atlántico, sí, pero a costa de desviar, comercio e inversión que podía ir a terceros países. Algunos países latinoamericanos o africanos, que estaban intentando posicionarse como alternativas energéticas o comerciales, pueden quedar relegados. Si Europa se ve obligada a firmar contratos energéticos a largo plazo con EE. UU., tendrá menos margen para diversificar con proveedores más pequeños o emergentes.

Etiqueta EE.UU.TrumpUnión Europea
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