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Memorias de Pez » La historia de Vladimir Lenin

La historia de Vladimir Lenin

Por Paula Pérez Calvo
7 de octubre de 2025 a las 10:36
en Historia
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La historia de Vladimir Lenin

El hombre del que vamos a hablar en el video de hoy es uno de los grandes representantes del socialismo. Un hombre que consiguió liderar una revolución, organizar a las masas y transformar por completo la historia de su país. Su vida estuvo marcada por la lucha contra la opresión, el exilio, la clandestinidad y la guerra, pero también por la construcción de un proyecto político que cambiaría el rumbo del siglo XX. Hoy en Memorias de Pez os vamos a contar la historia de Vladímir Ilich Uliánov, más conocido como Lenin.

Vladímir Ilich Uliánov nació en 1870 en Simbirsk, una ciudad tranquila a orillas del río Volga, en el seno de una familia acomodada y culta. Su infancia transcurrió entre la escuela y un hogar donde la educación era sagrada. Sin embargo, un hecho marcaría de manera definitiva su vida: tras la muerte de su padre por una hemorragia cerebral, su hermano mayor, Aleksandr, se unió a un grupo revolucionario que planeaba asesinar al zar Alejandro III. Descubierto, fue arrestado y ejecutado en 1887. La muerte de su hermano no solo llenó de dolor a Vladímir, sino que también encendió en él un profundo rechazo hacia el régimen zarista y, probablemente, lo empujó hacia la política y la revolución.

Vladímir ingresó en la Facultad de Derecho en la Universidad de Kazán y, siguiendo los pasos de su hermano, entró en contacto con círculos estudiantiles críticos del régimen zarista. Su participación en las reuniones clandestinas le costó la expulsión de la Universidad, aunque, pasado un tiempo, se le permitió regresar a la facultad. Pero la chispa revolucionaria ya estaba encendida. En esos años estudió las obras de Karl Marx, Friedrich Engels o Nikolái Chernyshevski. Finalmente, consiguió su diploma universitario y, aunque ejerció como abogado, su verdadera pasión era la política, y pronto se dedicó a la actividad revolucionaria. Difundir ideas, escribir críticas y ensayos, conocer ideas y grupos marxistas, dirigir círculos clandestinos… Empezó en San Petersburgo y acabó en Moscú. Fue en esos años cuando conoció a su futura esposa, Nadezhda Krúpskaya, una joven revolucionaria que se convertiría en su compañera inseparable. 

¿Os hemos dicho que acabó en Moscú, no? Bueno, pues el hambre que tenía de aprender y conocer otras figuras de la socialdemocracia europea le llevó a viajar por Europa. Conoció a Gueorgui Plejánov (el padre del marxismo ruso), a Whilhelm Liebknecht (uno de los principales dirigentes del partido socialdemócrata alemán) y al yerno de Karl Marx, entre otros.  A su vuelta, junto con Yuli Martov, fundaron en 1895 la Liga de Lucha por la Emancipación de la Clase Obrera, una organización que buscaba despertar la conciencia política de los trabajadores y promover la lucha contra la opresión zarista. Poco duró la organización porque casi de inmediato la policía secreta lo arrestó junto con otros miembros del grupo y pasó un año en prisión antes de ser exiliado a Siberia entre 1897 y 1900. 

Tranquilos, que Lenin supo aprovechar su exilio. Tanto, que le dio resultados muy productivos en el plano personal, profesional y político. Se casó con Nadia, que también estaba exiliada. Escribió El desarrollo del capitalismo en Rusia, que era un análisis pionero sobre la economía y la sociedad rusa. Y, además, desarrolló un plan para unir a las organizaciones clandestinas socialistas en un movimiento común. Pero no nos adelantemos, esperad un momento que os lo contamos ahora mismo. Al regreso de su exilio, se trasladó a Suiza, un país que le ofrecía más seguridad y libertad para expresarse. Allí participó en la creación de un periódico clandestino: Iskra (o “La chispa” en castellano). Este no era un periódico cualquiera, sino el instrumento con el que los marxistas rusos en el exilio querían difundir sus ideas dentro del imperio y, al mismo tiempo, coordinar la acción de los grupos dispersos en Rusia. Dos años después, Lenin plasmó estas ideas en su famoso libro ¿Qué hacer?. Allí defendía que el movimiento obrero no podía limitarse solo a protestas espontáneas, sino que necesitaba un partido revolucionario fuerte, centralizado y disciplinado, capaz de guiar la lucha contra el zarismo. ¿Y de qué partido estamos hablando? Pues del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR), una fuerza política que había surgido de la unión de diversos grupos marxistas y que aspiraba a dirigir la lucha contra el régimen zarista. Sí, consiguió hacer realidad su plan. 

En 1903, durante el II Congreso del POSDR, surgieron diferencias importantes que marcarían el rumbo del movimiento. Lenin defendía la necesidad de un grupo de militantes comprometidos, preparados para dirigir la revolución y mantener al partido unido frente a la represión. Frente a Lenin estaba Yuli Mártov, que proponía un partido más amplio, más abierto a la participación general. La discusión no era solo de estrategia: también era de visión política. Lenin pensaba que los trabajadores y los campesinos eran la base de la revolución, mientras que Mártov confiaba más en aliarse con la burguesía liberal. Finalmente, el grupo de Lenin se consolidó como los bolcheviques, palabra que significa “mayoritaria” aunque en esos momentos no fueran mayoría en todo el partido, frente a los mencheviques que significa “minoritario”. 

Mientras tanto, en Rusia, la situación social y política se volvía cada vez más tensa. La derrota frente a Japón en 1905, las huelgas masivas y la represión del zar Nicolás II crearon un clima revolucionario. Así que Lenin hizo las maletas y decidió regresar temporalmente al país para participar en la Revolución de 1905. Aunque la revuelta no logró derrocar al zar, permitió que los bolcheviques comprendieran la importancia de los soviets, que eran consejos de obreros, soldados y campesinos que empezaban a funcionar como estructuras de poder local y representación directa de las masas. Lenin vio que estos soviets podían ser el instrumento para que los trabajadores organizaran su propio poder y, llegado el momento, asumieran el control político del país.

Tras el fracaso de la Revolución de 1905, Lenin tuvo que volver al exilio. Pero la llama revolucionaria en Rusia no se había apagado. Pasaron algunos años de relativa calma, hasta que en 1912 la matanza de los obreros de las minas del Lena volvió a encender la protesta. Huelgas, manifestaciones y un creciente descontento popular demostraban que la tensión seguía viva. Dentro del movimiento socialista, sin embargo, las divisiones eran cada vez más profundas. Lenin estaba convencido de que ya no tenía sentido seguir juntos bajo el mismo techo: bolcheviques y mencheviques, liderados ahora por Trotski, iban por caminos demasiado distintos. Por eso impulsó la creación de un partido separado. Ese mismo año convocó una conferencia secreta en Praga, donde dio un golpe de autoridad: expulsó a los llamados “liquidadores” (sí, así se conocía a quienes defendían abandonar la clandestinidad y limitarse a la actividad legal). Desde ese momento, los bolcheviques quedaron organizados como un grupo compacto y decidido, con Lenin como su líder, listo para guiar al partido hacia la conquista del poder cuando la situación en Rusia lo permitiera.

Y, ¡boom! Estalló la Primera Guerra Mundial. Para Lenin, el conflicto no era más que un enfrentamiento entre potencias capitalistas que explotaban a sus propios trabajadores, mientras las masas sufrían y morían en el frente. Desde su perspectiva, la verdadera batalla no estaba entre países, sino entre las clases: los obreros debían unirse contra sus propios gobernantes y la burguesía que los explotaba, en lugar de luchar por los reyes y generales. Pero lo más sorprendente fue que, en aquel momento, la mayoría de los partidos socialistas de Europa apoyaron la guerra en sus países. En Alemania, en Francia, en Austria… muchos socialdemócratas votaron los créditos de guerra y se pusieron al lado de sus gobiernos. Para Lenin y otros internacionalistas, aquello fue una auténtica traición. De hecho, al principio, Lenin ni siquiera se lo creyó: ¿cómo era posible que los socialistas alemanes, sus supuestos aliados, apoyaran al káiser? Solo una minoría muy pequeña, entre ellos los bolcheviques, se mantuvo firme contra la guerra desde el principio. Bolcheviques y… muchos mencheviques, como Trotsky, se acercaron a las posturas de Lenin. Aunque claro, mientras duraba la guerra él vivía y escribía en la neutral Suiza.

En 1917, Lenin vio la oportunidad de regresar a Rusia, tras la Revolución de febrero y la caída de la monarquía. Alemania, interesada en desestabilizar al frente ruso, facilitó su viaje desde Suiza hasta Petrogrado. Nada más llegar, en abril, pronunció un discurso en la estación de Finlandia, donde presentó las “Tesis de Abril”. En esas tesis defendía que la revolución burguesa era solo el primer paso y que los trabajadores debían tomar el poder a través de los soviets, que serían la verdadera expresión del poder popular. También incluían la nacionalización de la tierra y la salida inmediata de la Primera Guerra Mundial.  Los meses siguientes fueron convulsos y Lenin tuvo que refugiarse en la clandestinidad. El gobierno provisional de Aleksandr Kérenski intentaba mantener el control, pero la situación económica, la guerra y el descontento social favorecían la acción bolchevique. Finalmente, los bolcheviques, siguiendo las indicaciones de Lenin, lideraron la Revolución de Octubre. Los soviets, ya de mayoría bolchevique, asumieron el poder y Lenin se convirtió en el presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo. 

Pero la cosa no iba a ser tan fácil. La llegada al poder de los bolcheviques desató una guerra civil brutal. De un lado estaba el Ejército Rojo, organizado por León Trotski bajo la dirección de Lenin. Del otro, el Ejército Blanco, una mezcla de antiguos generales zaristas, liberales y grupos contrarrevolucionarios, apoyados además por potencias extranjeras como Francia, Reino Unido o Estados Unidos, que temían la expansión del comunismo. La guerra fue durísima y dejó millones de muertos, pero finalmente los bolcheviques se impusieron. Mientras tanto, Lenin no dudó en utilizar todos los recursos a su alcance para mantener el control: creó la temida policía política, la Cheka, y autorizó la represión contra opositores y revueltas. Para muchos, fue el precio de mantener viva la revolución. En medio de aquel caos, Lenin también lanzó la Nueva Política Económica, una especie de respiro para el país: permitió un pequeño margen de economía privada, sobre todo en el campo, con el fin de recuperar la producción y evitar el hambre que azotaba a millones de campesinos. Además, promovió reformas educativas y culturales, buscando consolidar la alfabetización y la formación de cuadros para el nuevo Estado soviético.

Aun así, su salud empezaba a resentirse. En 1918 ya había sobrevivido a un atentado en el que una militante anarquista le disparó varias veces, dejándole secuelas. Y a partir de 1922 sufrió varios derrames cerebrales que lo fueron apartando de la vida política. Al final de su vida, escribió una serie de documentos que pasarían a la historia como su “testamento político”. En ellos, Lenin analizaba el futuro del partido y los líderes que lo sucederían. Y ahí dejó muy claras sus dudas sobre Stalin. Lenin describía al secretario general como un hombre demasiado brusco, grosero y con un poder cada vez más grande dentro del partido. Llegó a escribir literalmente que Stalin había concentrado en sus manos un poder enorme y que no estaba seguro de que supiera usarlo. Incluso recomendaba que se pensara en retirarlo del cargo de secretario general para evitar divisiones internas. Por el contrario, valoraba más a otros dirigentes como Trotski, a quien consideraba el hombre más capaz del comité central.

Mientras tanto, su salud se agravó todavía más en 1923. Quedó prácticamente mudo y dependía de su esposa y de su hermana para sus cuidados. El 21 de enero de 1924, a los 53 años, Lenin falleció en su residencia de Gorki, cerca de Moscú, tras un nuevo derrame cerebral. La noticia corrió como la pólvora. Moscú se llenó de gente que quería despedirse. Su cuerpo fue embalsamado y colocado en un mausoleo en la Plaza Roja, donde se convirtió en un símbolo casi sagrado para el nuevo Estado soviético.

Lo más irónico fue que su última voluntad, la de frenar a Stalin, no se cumplió. El testamento de Lenin fue leído en el partido, pero los dirigentes decidieron no hacerlo público para no generar divisiones en un momento tan delicado. Stalin, con gran habilidad política, maniobró para consolidar su poder y terminar imponiéndose sobre sus rivales, incluido Trotski, que acabaría exiliado y asesinado años después. Así se abrió un nuevo capítulo en la historia de la Unión Soviética.

Stalin y Lenin
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