En la lucha por la supervivencia hay muchas formas de salir victorioso, y entre ellas destaca una de las habilidades más sofisticadas y temibles que la naturaleza ha proporcionado a los seres vivos. Se trata de un mecanismo que ataca en silencio y es capaz de matar con apenas un roce. Un mecanismo que ha sido mejorado a lo largo de la evolución y que ha permitido a distintas especies huir de sus depredadores, así como a muchos depredadores paralizar o incluso matar a sus presas.
Hoy en el corral de Dolly os vamos a hablar sobre animales venenosos y tóxicos. Eso sí, aunque normalmente usamos como sinónimos venenoso y tóxico, no lo son. Así que vamos a explicarlo.
En primer lugar, un animal venenoso presenta elementos como colmillos, aguijones, etcétera, para inocular el veneno de forma activa. Es decir, que el animal busca deliberadamente inyectar su veneno con el fin de atacar o de defenderse. Ejemplos de estos animales pueden ser las serpientes, arañas o los escorpiones.
Por el contrario, un animal tóxico no tiene órganos que permitan inyectar el veneno de forma directa. En este caso, la sustancia tóxica se genera en ciertos tejidos o glándulas especializadas o se obtiene a través de la dieta y luego se libera de forma pasiva con el único objetivo de defenderse contra sus depredadores.
Un ejemplo de animal tóxico es el de las conocidas ranas venenosas dardo de la familia de los dendrobátidos. Y es que la piel de estos animales parece una droguería ambulante, ya que podemos encontrar en ella cientos de sustancias tóxicas que en la gran mayoría de casos no pueden ser sintetizadas por ellos mismos. Hablamos de compuestos alcaloides.

Como curiosidad, estas ranas son muy importantes para algunas culturas indígenas de Colombia y Panamá. Esto se debe a que son la fuente principal del veneno que los nativos usan para cazar. ¿Cómo lo hacen? Pues como estos animales tienen una piel porosa, exponen la rana al calor del fuego para que exude pequeñas cantidades de fluido tóxico, con el que luego humedecen la punta de los dardos de las cerbatanas.
Más en concreto, la rana dardo dorada, Phyllobates terribilis, tiene un arsenal químico que es capaz de matar a un ser humano con la diezmilésima parte de un gramo. Esto sucede debido a que entre sus toxinas se encuentra un alcaloide llamado batraciotoxina, que hace a estas ranas uno de los animales más tóxicos del planeta. Esta batraciotoxina actúa en el organismo bloqueando unas proteínas llamadas canales de sodio que se encuentran en las membranas de células como las neuronas.
Estos canales son muy importantes, ya que entre otras cosas participan en la generación de los impulsos eléctricos neuronales que dan órdenes a los músculos. Cuando se bloquea el envío de señales, los músculos no pueden relajarse y se contraen de forma continua. Esto produce una parálisis general y, posteriormente, una muerte inminente por paro respiratorio y fallo cardíaco. Vamos, que lo de besar a una rana para que se transforme en una princesa está muy bien en los cuentos, pero yo no me la jugaría en la vida real.
Ahora bien, ¿cómo llegan las toxinas hasta la piel de la rana? Pues básicamente se ponen hasta las botas de pequeños animales tóxicos como hormigas o escarabajos y van acumulando en su interior sus toxinas para usarlas como defensa. Lo más curioso es que estas ranas no son los únicos animales que tienen esa toxina, ya que también la tienen pájaros. Sí, y es que en Nueva Guinea hay distintas especies de pájaros que se alimentan de los mismos escarabajos que las ranas y tienen esa toxina en su piel y plumas, aunque se desconoce para qué la utilizan.
Esto es un ejemplo de evolución convergente, es decir, especies totalmente distintas han llegado a un mismo punto de la evolución de forma totalmente independiente, en este caso de resistencia a la toxina.

¿Cómo sobreviven los animales venenosos y tóxicos a sus propios venenos y toxinas?
Pues bueno, los animales venenosos producen y confinan su veneno en unas glándulas especializadas que conectan de forma directa al lugar por donde lo inyectan, evitando así que entre en contacto con otras regiones de su cuerpo. Por ejemplo, en el caso de las serpientes son sus colmillos, en las arañas los quelíceros y en los escorpiones estaríamos hablando del aguijón. Por cierto, nosotros hacemos algo parecido con los jugos gástricos en nuestro estómago. Os aseguro que no querríais que algo así os entrara en el ojo.
Pero, ¿qué pasa con los animales tóxicos? Ellos no pueden aislar la toxina, ya que está distribuida por todo su cuerpo. Pues resulta que durante su evolución se han ido adaptando para resistir la toxina. Pero, ¿cómo es posible que estos pequeños animales puedan soportar una toxina que podría matar a varios elefantes en poco tiempo?
Es una pregunta que los científicos llevan tratando de responder décadas y hay distintas hipótesis posibles. La hipótesis principal hasta hace poco tiempo es que a lo largo de la evolución han ido modificando y adaptando sus canales de sodio para que no les afecte la batraciotoxina. Es decir, tienen distintas mutaciones en su ADN que modifican estos canales impidiendo que la toxina se una a ellos.
Digamos que la toxina es una llave y los canales la cerradura, pues lo que habría ocurrido es que la evolución habría cambiado sus cerraduras por otras en las que la toxina no encaja. Ahora bien, aquí hay un problema. Los distintos alcaloides tóxicos los sostienen a través de la dieta, es decir, que pasan por tejidos muy diferentes como el estómago, hígado o músculos, existiendo canales de sodio distintos.

Además, la batraciotoxina no es el único alcaloide que obtienen de su dieta, con lo que se tendría que cambiar la cerradura de todos ellos. ¿Os imagináis la cantidad de mutaciones que deberían tener estos canales para que no les afectasen las toxinas y lo difícil que sería que con tantas mutaciones siguieran cumpliendo su función? Quizás es un gasto energético demasiado alto.
Y es que, aunque esta explicación genética es posible, recientemente los científicos han planteado una hipótesis distinta. Estas ranas podrían tener unas proteínas especiales que actuasen como si fueran esponjas y secuestraran las toxinas para impedir que se uniesen a los canales de sodio. Una idea genial, ¿verdad?
De hecho, este mecanismo ya se ha estudiado como protección a otras toxinas distintas en la rana toro americana. En realidad, es posible que la respuesta real a la pregunta sea una mezcla entre las dos estrategias mencionadas y otras que aún nos queden por descubrir.
Por cierto, los animales venenosos o tóxicos no son los únicos que resisten a sus venenos. Si lo pensáis bien, sus potenciales depredadores también han tenido que seguir un camino evolutivo similar para poder alimentarse de ellos. La serpiente de agua Liophis epinephelus se alimenta de pequeñas ranas y es el único animal conocido capaz de resistir, aunque no sea completamente inmune, a las toxinas de la rana dardo dorada.
Cabe mencionar que dentro de esta competición de depredador-presa hay un arma muy particular que usan las presas y en el que las ranas dardo son especialistas. Os habréis fijado que estas ranas tienen colores vivos, brillantes y muy muy llamativos, lo que puede parecer algo contraproducente. ¿No facilita esto que sus posibles depredadores conozcan la localización?

En realidad, esa es su intención. Este tipo de coloración se llama aposematismo y es lo contrario al camuflaje. Su objetivo es llamar la atención todo lo posible a sus depredadores potenciales y dejar muy clarito que son peligrosas y que si te acercas demasiado vas a salir mal parado. Esto en biología evolutiva se considera una señal honesta y tanto la presa como el depredador salen beneficiados. Vamos, lo que viene a ser un «tú no me comes y ninguno de los dos morimos».
Existen otras especies que usan el aposematismo, aunque no sean tóxicas, como por ejemplo las mariquitas. El contraste de su color rojo con manchas blancas frente a la hierba verde es un claro aviso de que no es buena idea que te las comas. Y es que las mariquitas tienen un gusto muy amargo y saben terriblemente mal.
Otro ejemplo es el de la gacela saltarina, que ante depredadores se pone a saltar demostrando su agilidad y velocidad. En realidad, está emitiendo una señal honesta que da información al depredador en plan: si me persigues a mí, te vas a cansar en vano porque no me vas a pillar ni de coña. Es mejor que escojas a otra presa.
Y algo aún más loco: también existen las señales deshonestas. En este caso hablamos de animales que fingen ser venenosos, pero que no lo son. Un ejemplo de esto es el de la serpiente falsa coral, que tiene una coloración muy parecida a la serpiente coral. Esta sí que es venenosa, así que cuidado. De esta forma, y mediante el engaño, la falsa coral evita problemas innecesarios con posibles depredadores. Este comportamiento se conoce como mimetismo batesiano.