Estamos en Argentina, concretamente en 1892, cuando dos niños pequeños que eran hermanos aparecieron muertos en su casa con evidentes signos de violencia. A su lado se encontraba su madre Francisca Rojas, desmayada y con un corte en el cuello. Un escenario horrible en el que había sangre por todas partes.
Un crimen atroz en Argentina, 1892
Cuando Francisca volvió en sí, no tardó en acusar a un amigo de su marido de haber matado a sus dos hijos con un cuchillo de la cocina. Por supuesto, el hombre fue inmediatamente detenido. Parecía un crimen fácil de resolver con un culpable claro. Pero el sospechoso negó su culpabilidad en todos los interrogatorios en los que muy posiblemente hubo incluso tortura.
Y los investigadores empezaron a sospechar que allí había gato encerrado, había muchas cosas que no encajaban. Pero si él no había sido el asesino de los dos niños, ¿quién había cometido este crimen tan atroz? La puerta de la habitación estaba atrancada desde adentro y el criminal había escapado por la ventana donde había dejado impresa su mano ensangrentada. Y esa mano era demasiado pequeña, no encajaba con los gruesos dedos del sospechoso.
La innovación en la investigación: huellas dactilares
Los investigadores realizaron una prueba muy innovadora para la época, analizar esas huellas dactilares, y fue un acierto total. Las huellas de la ventana de la casa de Francisca Rojas eran de Francisca Rojas. Frente a las pruebas recopiladas, Francisca lo confesó todo: ella había matado a sus propios hijos.
¿Y por qué hemos elegido este crimen? Francisca Rojas es considerada como la primera persona en el mundo que fue condenada a partir de la evidencia otorgada por sus propias huellas dactilares. Con el paso del tiempo, las huellas dactilares se convirtieron en una evidencia física de un valor muy alto a la hora de identificar al autor de un delito, y han sido usadas en miles de condenas.