Lo primero que hay que tener claro es que el Papa es el líder de la Iglesia Católica, y cuando muere, se pone en marcha un proceso muy antiguo y muy solemne para elegir a su sucesor. ¿Y cómo empieza todo esto? Pues el encargado de anunciar oficialmente la muerte del Papa es el Vicario de Roma, una figura que actúa como representante del Papa en la diócesis de Roma. Una vez dada la noticia, se declara el inicio de la “Sede Vacante”, un periodo en el que la Iglesia se queda sin Papa. Y durante este tiempo, no se pueden tomar decisiones importantes dentro del Vaticano. El gobierno lo asume temporalmente el Colegio de Cardenales, pero solo para cuestiones básicas y urgentes. Sí, básicamente, durante ese tiempo, la Iglesia no tiene Papa. Después comienzan unos días de luto, oración y preparación. Desde el momento en que se declara la Sede Vacante, el Cónclave debe convocarse en un plazo máximo de 20 días tras el fallecimiento del Papa.
Este tiempo permite que todos los cardenales puedan organizar su viaje y llegar a Roma. Los cardenales con derecho a voto, que son los que cuentan con menos de 80 años, tienen que viajar a Roma. Actualmente hay unos 135 cardenales en el Colegio Cardenalicio que cumplen las condiciones y vienen de todas partes del mundo. Cuando todos están reunidos, empieza el Cónclave.
Y, ¿qué es el Cónclave? El Cónclave es una reunión muy especial en la que los cardenales de la Iglesia se encierran en la Ciudad del Vaticano para elegir al nuevo Papa. Exactamente, se celebra en la Capilla Sixtina, ese lugar espectacular lleno de frescos de Miguel Ángel. Y no es solo bonito: también se convierte en un sitio muy seguro. Nadie puede entrar ni salir libremente. Todo se hace en secreto. Los cardenales no pueden tener ni móviles, y, obviamente, tampoco contacto con el exterior. ¿La idea? Que no haya presiones ni influencias externas. Solo oración, reflexión y votación.
En ese momento comienza la votación. Cada cardenal elector escribe en una papeleta, a mano, el nombre del candidato que considera más adecuado. Las papeletas se depositan en una urna y, una vez todos han votado, se procede al recuento. Cada día se realizan hasta cuatro votaciones: dos por la mañana y dos por la tarde. Para que un candidato sea elegido, debe conseguir al menos dos tercios de los votos. Si no se alcanza esa mayoría, se vuelve a votar.
Al final de cada bloque de votaciones, se queman todas las papeletas en una estufa especial instalada en la Capilla Sixtina. Es entonces cuando el mundo entero está pendiente de un solo detalle… el humo. Ese humo que sale por una pequeña chimenea sobre el tejado de la Capilla es la famosa fumata. Si es negro, significa que aún no hay Papa. Si es blanco, entonces sí.
No hay un tiempo límite para elegir al nuevo Pontífice. El Cónclave puede durar lo que haga falta, aunque en las últimas décadas las elecciones se han resuelto bastante rápido. Por ejemplo, el Papa Francisco fue elegido en tan solo dos días, y Benedicto XVI también en menos de 48 horas. Pero no siempre ha sido así. Uno de los cónclaves más largos de la historia fue el de 1268, tras la muerte del Papa Clemente IV. La elección del nuevo Pontífice se alargó durante casi tres años en la ciudad de Viterbo, Italia. Los cardenales no se ponían de acuerdo, y la situación se volvió tan desesperante que los habitantes del pueblo decidieron tomar medidas drásticas: cerraron con llave el edificio donde estaban reunidos, les quitaron el techo para que pasaran frío y los alimentaron solo con pan y agua. Incluso así, tardaron más de 1000 días en elegir al Papa Gregorio X.
Desde entonces, para evitar estas eternas discusiones, se fijaron normas más estrictas y se formalizó el sistema de Cónclave tal y como lo conocemos hoy. Así que, aunque no hay un reloj marcando la cuenta atrás, los cardenales saben que el mundo entero está esperando. Y mientras tanto, la Capilla Sixtina se convierte en el corazón del Vaticano, donde, en silencio y oración, se decide quién será el próximo sucesor de San Pedro.
Tranquilos, que no nos olvidamos. Sabemos qué queréis saber que pasa una vez que sale la fumata blanca. Pues una vez uno de los cardenales alcanza la mayoría de dos tercios y acepta el cargo, se convierte oficialmente en Papa. En ese momento, se le pregunta qué nombre papal desea adoptar. Como hizo Jorge Mario Bergoglio al elegir llamarse Francisco. Y acto seguido se le viste con una sotana blanca. Poco después, el nuevo Papa se traslada a una sala llamada “la habitación de las lágrimas”, donde tiene un momento íntimo de recogimiento antes de salir al mundo.
Finalmente, se asoma al balcón central de la Basílica de San Pedro, y el cardenal protodiácono anuncia la famosa frase: “Annuntio vobis gaudium magnum: habemus Papam”, que significa “os anuncio una gran alegría: ¡tenemos Papa!”. Es entonces cuando el nuevo Pontífice saluda a los fieles por primera vez… y comienza oficialmente su pontificado.
