En la actualidad, si la policía encuentra en un sitio en el que ha pasado algo chungo huellas dactilares, a estas huellas se les llama huellas dubitadas (de duda). Esto es porque no se tiene la certeza de a quién pertenecen. Estas huellas encontradas se comparan con las huellas almacenadas en las bases de datos policiales que sí están asociadas a personas concretas. Es decir, son huellas indubitadas y no hay duda de su procedencia.
Pero si nos ponemos a pensar somos miles de millones de personas en todo el mundo, así que parece muy complicado que no haya dos personas con las mismas huellas, ¿no? A ver si vas a tener tú la mala suerte de compartir huellas con otro que la lía y te toca pagar el pato… Tranquilos, ya os decimos que esto no va a ocurrir. Y es que sí, tus huellas dactilares son únicas, pero, ¿Cuál es el motivo? Hoy vamos a intentar entender la biología que hay detrás de nuestras huellas dactilares.
El mecanismo de reacción-difusión: La teoría de Alan Turing
Desde que nacemos, tenemos unas crestas que son las estructuras que forman los distintos patrones característicos en las yemas de nuestros dedos. A estos patrones se les llama dermatoglifos. Al hacer contacto con una superficie dejan una señal que es lo que conocemos como huella dactilar. No te creas que es algo exclusivo de humanos, algunos animales como los gorilas o chimpancés también las tienen. ¿Y cuál es su utilidad? Pues parece que mejoran el agarre y también ayudan a diferenciar texturas cuando tocamos objetos.
Los dermatoglifos de nuestras yemas están presentes desde antes de nuestro nacimiento y se mantendrán invariables durante toda nuestra vida. A menos claro que se te ocurra meter los dedos en ácido. Pero por lo que sea nosotros no te lo aconsejamos.
Vale, y ahora llega la pregunta del millón. ¿Cómo se forman estos complejos patrones? ¿Y por qué son únicos? Recientemente se ha confirmado experimentalmente que se debe a un mecanismo de reacción-difusión. Vale, te preguntarás que qué narices es esto, así que vamos por partes.
Para explicarlo tenemos que retroceder hasta 1952, cuando el británico Alan Turing ya propuso este mecanismo, al menos de forma teórica, para intentar explicar los patrones que se dan durante el desarrollo embrionario de los animales. Es decir, el periodo de tiempo que ocurre entre la fecundación y el parto. Hay muchos ejemplos de ello, como los colores de los peces tropicales, las manchas en el pelaje de los felinos o las rayas de las cebras.
Pero también cosas más complejas eh, como la formación de nuestros dedos y por qué tenemos 5 y no 17. Por cierto, es posible que el nombre de Alan Turing os suene, ya que este genio matemático trabajó durante la Segunda Guerra Mundial en el bando aliado descifrando los códigos secretos con los que los nazis se comunicaban usando su máquina Enigma.
Los sistemas de reacción-difusión son ecuaciones matemáticas que describen cómo las sustancias se distribuyen por el espacio a lo largo del tiempo
La hipótesis que Turing planteó es que, a medida que los tejidos se desarrollan, las células se organizan sin nada que las dirija. Imagínate a ti montando un mueble de Ikea sin manual de instrucciones, es un poco contraintuitivo. Hay dos procesos que contribuirían a la creación de estos patrones: el movimiento de las moléculas por el espacio y las reacciones químicas que se producen entre ellas.
Vamos a intentar entenderlo. Para ello imaginad dos sustancias que se mueven por el espacio a distinta velocidad y compiten entre ellas. La molécula A es un activador y es más rápido. La molécula B es su enemiga, es su inhibidor. La molécula B tiene la misión de evitar que el activador se propague y campe a sus anchas. Esta lucha entre los dos componentes es lo que genera los patrones de los que hemos estado hablando.
Recientemente un estudio propuso que la formación de las crestas en las yemas de nuestros dedos también tenían que ver con esto. Durante una etapa de nuestro desarrollo, cuando somos un feto, se expresan dos proteínas que son las protagonistas de este vídeo. Una lo que hace es estimular la creación de las crestas de nuestras yemas, mientras que la función de la otra es inhibir dicha formación. Es decir, produce surcos. Las dos proteínas compiten entre ellas y establecen un complejo equilibrio bioquímico de tira y afloja que es extremadamente sensible a cualquier mínima desviación.
Los primeros relieves se forman desde tres puntos distintos de nuestra yema: el centro de la almohadilla, en el extremo del dedo y en el pliegue de la articulación que dobla el dedo. Desde estos tres sitios las crestas se extienden por todo el dedo en forma de ondas. Las ondas chocan, generando un patrón único en forma de bucles