Cuando pensamos en animales, seguramente nos venga a la cabeza el típico macho alfa que controla el cotarro, como ese gorila enorme que ves en los documentales a la hora de la siesta. Pero parece ser que, al menos en los primates, esto no es siempre así. Los machos no mandan siempre y ni siquiera podríamos decir que es lo más habitual, o al menos esas son las conclusiones de un nuevo estudio científico que se acaba de publicar

Aunque conocemos casos en los que las hembras mandan, como en las hienas, los suricatos o las ratas topo, siempre los hemos visto como excepciones al control de los machos y eso se debe a un sesgo que siempre ha estado ahí. Pero, ¿de dónde viene? Pues en realidad ocurre por varios motivos. Para empezar, por la importancia que realmente se le ha dado a la competencia entre sexos. Y es que hasta hace muy poco se pensaba que machos y hembras competían por cosas distintas.
Si a las hembras les importaba principalmente el alimento y a los machos reproducirse, pues tampoco tenía sentido que se pelearan demasiado. Otro motivo es nuestra propia percepción de las cosas, la forma en la que creemos que funciona el mundo que nos rodea. En muchas ocasiones hemos supuesto que en una especie dominaba el macho simplemente porque sí, sin tener evidencias sólidas de ello. Además, las primeras especies que estudiamos a fondo, como los gorilas, son justamente aquellas donde los machos suelen dominar, y eso también ha influido mucho en nuestra visión.
En el artículo del que vamos a hablar se centran en algo que nosotros los humanos conocemos muy bien: las broncas entre machos y hembras. Ya sabéis, aquí entran peleas, amenazas, forcejeos, agresiones, etcétera. Todo esto entre primates. Muchos pensaríamos que la mayoría de las peleas se dan entre individuos del mismo sexo, como por ejemplo machos contra machos. Pero la realidad es que no.
Las peleas entre machos y hembras representan casi la mitad de todos los conflictos observados, así que en realidad tienen mucha importancia. Pero, ¿quién sale ganando entre hembras y machos? La cosa es que hasta ahora normalmente hemos estudiado a una especie como si todas sus poblaciones fueran iguales, sin considerar que la dominancia puede cambiar entre diferentes grupos de esa misma especie. Lo novedoso del artículo es que analizaron distintas poblaciones de muchas especies de primates de forma independiente.
Y lo más sorprendente de sus resultados fue que el contexto es muy importante, es decir, que la dominancia de machos y hembras puede ser flexible según la situación, la forma de ser de los individuos y un montón de factores externos. Los investigadores pusieron el listón bastante alto y, para que un sexo se considerara como dominante, tenía que ganar nueve de cada diez peleas. Vamos, que no vale con ganar por los pelos.
Los machos salieron claramente ganadores en un 17%, mientras que las hembras lo hicieron en un 13%. Esto nos deja un 70% restante de poblaciones en las que el poder está muy distribuido, es decir, que no había un clarísimo vencedor. Eso sí, normalmente en los monos de África y Asia y los grandes simios como los gorilas ganan los machos. En cambio, en animales como los loris o los lémures, las hembras suelen llevar la delantera, y en los monos de Sudamérica, pues depende mucho de la situación. Ahí la lucha está bastante más reñida.

Existen distintas hipótesis de por qué un sexo domina sobre el otro, pero nosotros nos vamos a centrar en una de las principales: la hipótesis del control reproductivo. La idea es que machos y hembras están metidos en una especie de guerra evolutiva para decidir quién tiene el control sobre la reproducción, es decir, quién elige cuándo, con quién y cómo aparearse. Y para ello, pues cada uno ha desarrollado sus propias estrategias.
Todos sabemos la herramienta principal que usan los machos: la fuerza física. Y es que son mucho más grandes o también pueden tener armas como grandes colmillos y muy afilados. Así pueden imponer su voluntad y decidir ellos mismos cuándo ocurre el apareamiento. Por cierto, nos referimos a los machos de primates. Existen muchas especies de animales en las que las hembras son más grandes y fuertes que los machos.
Las hembras de los primates suelen utilizar estrategias más sutiles, como, por ejemplo, ocultar sus señales de fertilidad o estar sexualmente receptivas solo durante un corto periodo. También hacer que los machos compitan entre ellos. Así se entretienen peleando y no pueden acosarlas directamente. Al final, solo el que gane se lleva el premio.
Si todo esto funciona, los machos no pueden forzar el sexo y tienen que convencer o negociar con las hembras, en lugar de simplemente lanzarse a lo bruto. Y esto pues les da a las hembras más poder e influencia social. El artículo muestra que efectivamente las hembras dominan más en especies donde ellas tienen el control reproductivo. Por ejemplo, en especies monógamas donde forman parejas estables o donde una sola hembra se aparea con varios machos.

Además, es más frecuente en especies que viven en los árboles porque ahí las hembras tienen más opciones para escapar o evitar a los machos demasiado insistentes, cosa que es más complicada desde el suelo. Sin embargo, uno de los ejemplos más conocidos de matriarcado en la naturaleza es el de los bonobos. Lo curioso es que parece que son una excepción por la forma en la que lo han conseguido.
Y es que las hembras de bonobo apoyan lo que se llama la hipótesis de la coalición de hembras. Vamos, que van a lo bruto y se unen para multiplicar sus fuerzas y agredir a un solo macho. Esto les permite ganar la mayor parte de las peleas y ascender en el rango social. Nuestros parientes vivos más cercanos, los chimpancés y los bonobos, tienen relaciones de poder entre machos y hembras totalmente diferentes.
Y es que, en el caso de los chimpancés, son los machos los que ocupan el lugar dominante. Si nos centramos en nosotros los humanos, parece que nuestros rasgos son más similares a los de las especies donde la dominancia no está muy clara. Y todo eso nos da una pequeña colleja para reflexionar sobre las relaciones entre hombres y mujeres.
Muchas veces tendemos a justificar ciertas desigualdades diciendo que son naturales o que tienen un origen biológico. Hablando desde la perspectiva de los hombres, eso nos hace sentir más cómodos y así podemos dormir un poco más tranquilos. Pero si finalmente esas diferencias no tienen tanta base biológica como pensábamos, entonces la cultura tiene mucho más peso del que algunos les gustaría admitir.