En 1998 se publicó un estudio en la prestigiosa revista médica The Lancet cuyas conclusiones eran muy preocupantes: en él se relacionaba la vacuna triple vírica con la aparición de autismo en niños. Este artículo causó un revuelo tremendo, tanto en la comunidad científica como en la población general. ¿La consecuencia? Mucha gente dejó de vacunar a sus hijos por miedo a que desarrollaran autismo. Esto es lógico, no se puede culpar a unos padres por querer lo mejor para sus hijos. Si una revista tan importante como The Lancet publica este artículo, algo de verdad tendrá… ¿O no? ¿Cómo de serio era ese estudio? ¿Es cierto que las vacunas están relacionadas con el autismo?
Andrew Wakefield y su estudio fraudulento
Este de aquí es Andrew Wakefield, el protagonista de nuestra historia. Wakefield era un médico especializado en gastroenterología pediátrica, es decir, en los trastornos gastrointestinales que afectan a los niños. Pues este señor y su equipo, publicaron el famoso artículo de esta historia, en el que encontraron, supuestamente, una relación entre la vacuna triple vírica, que protege contra los virus del sarampión, la rubeola y las paperas, muy contagiosos en niños, y un síndrome que ellos mismos denominaron ‘enterocolitis autística’, por el cual los niños desarrollaban problemas intestinales y autismo cuando se les ponía esta vacuna.
En muchísimos países se utiliza la triple vírica, así que imaginad el bombazo que supuso esto. Muchos padres con hijos autistas echaron la culpa de la condición de estos niños a las vacunas. Otros muchos decidieron no vacunar a sus hijos y arriesgarse a que contrajeran sarampión, rubeola o paperas, que son enfermedades muy peligrosas. Y aunque el artículo solo hablaba de la triple vírica, el miedo se extendió a otros tipos de vacunas. En definitiva, un montón de gente perdió la confianza en la vacunación, y enfermedades que estaban prácticamente erradicadas en algunos países volvieron a aparecer. Por ejemplo, los Estados Unidos habían declarado el sarampión como erradicado en el año 2000, pero en la última década ha habido varios brotes debido a la falta de vacunación.
La respuesta de la comunidad científica
Obviamente, la comunidad científica no se hizo esperar. Numerosos grupos de investigación estudiaron los resultados de Wakefield e intentaron replicarlos… Sin éxito. El estudio original era un desastre. Para empezar, solo se realizó con 12 niños, que es un tamaño muestral bastante bajo. ¿Os parece prudente decir que una vacuna causa autismo utilizando como ejemplo a solo 12 personas? Por si fuera poco, la selección de los niños tampoco estaba bien hecha. Veréis, cuando se hace un estudio de este tipo, los sujetos de estudio deben ser escogidos al azar y de manera neutral, para que no haya sesgos y las conclusiones puedan generalizarse. No tiene sentido escoger a las personas que te van a dar los resultados que tú quieres, ¿no?
Es como hacerse trampas al solitario. Además, en los estudios científicos es fundamental utilizar controles. Los grupos control habrían servido para asegurarse de que la supuesta enterocolitis autística estaba causada por la vacuna triple vírica y no por otro factor que no se estuviera teniendo en cuenta. Por ejemplo, si en el grupo control hay niños que no se han vacunado, pero presentan los síntomas, a lo mejor no le puedes echar la culpa a la vacuna. Y al contrario: si hay niños que sí se han vacunado, pero no tienen síntomas, ¿cómo puedes asegurar que la vacuna provoca la enfermedad?
Bueno, pues ni lo uno, ni lo otro. Los niños fueron escogidos a dedo: venían de familias que habían demandado a fabricantes de vacunas porque pensaban que tenían la culpa de que sus hijos tuvieran autismo. O sea, que la selección estaba sesgada. Y el estudio no tenía ningún tipo de grupo control. Además, se descubrió que los datos estaban manipulados para que el resultado fuera el que Wakefield quería. Incluso se comprobó que los niños del estudio ni siquiera tenían una enfermedad gastrointestinal, demostrando que ese síndrome que llamaron enterocolitis autística no tenía ningún sentido. Un auténtico despropósito.
El conflicto de intereses de Wakefield
Pero, ¿por qué Wakefield montó un estudio tan mal hecho? Pues porque, aunque no lo dijo, había un conflicto de intereses: Wakefield estaba dentro de una demanda judicial a fabricantes de vacunas, y necesitaba encontrar una relación entre la triple vírica y el autismo para apoyar su alegato. Y no solo eso: unos meses antes de presentar el estudio, Wakefield había solicitado una patente para una vacuna contra el sarampión. Vamos, que este sinvergüenza lo que quería era patentar su propia vacuna, quitarse de en medio a la competencia y, de paso, sacarles pasta. El artículo no era un estudio científico, era un auténtico fraude.
Finalmente, 10 de los 12 coautores del estudio admitieron que no estaba bien hecho, y en 2010 The Lancet rechazó formalmente el artículo. Además, el Real Colegio de Médicos de Reino Unido retiró la licencia a Wakefield, encontrándole culpable de fraude y de abuso de niños con discapacidad. Aun así, no creáis que este tío se rindió: a día de hoy, Wakefield sigue dando conferencias, escribiendo libros e incluso haciendo documentales que fomentan la desinformación y las teorías conspiratorias respecto de las vacunas.
El impacto del fraude en la sociedad
Lo peor de todo este asunto es que, aunque el estudio se haya demostrado como fraudulento, la falsa idea de que las vacunas causan autismo ha permanecido muy arraigada en algunos sectores de la sociedad. Además, el artículo de Wakefield caló muy hondo en el movimiento antivacunas, que lo sigue utilizando como argumento de autoridad. En Reino Unido se tardó más de 20 años en recuperar la tasa de vacunación de la triple vírica que había cuando se publicó el artículo. Y un estudio de 2020 reveló que un 18% de los estadounidenses piensan que las vacunas causan autismo.
Del caso de Wakefield podemos aprender que es sencillo soltar un bulo, pero desmentirlo puede conllevar mucho tiempo y esfuerzo. Y que, en el peor de los casos, las mentiras permanecen en la conciencia colectiva y traen graves consecuencias como problemas de salud pública o falta de confianza en la ciencia.
Ser crítico y contrastado
Alguno quizá esté pensando que, visto lo visto, ya no te puedes fiar ni de los estudios científicos. Pero no queremos decir eso en absoluto. La moraleja de esta historia es que es muy importante ser siempre crítico y no admitir cualquier cosa por buena. Como todo en esta vida, la ciencia tampoco está exenta de caraduras que se aprovechan de ella para sus propios intereses o que cometen mala praxis.
Aunque el artículo de Wakefield estuviera publicado en una revista de prestigio, como hemos visto, era una auténtica chapuza, metodológicamente, éticamente desastroso y no estaba hecho con intención científica, sino por su propio beneficio económico. Pero, por otro lado, también hubo un montón de investigadores que, viendo lo mal que estaba hecho, se esforzaron por hacer estudios en condiciones que rebatieron los resultados de Wakefield y ya ningún científico serio da por bueno ese maldito artículo.
Y por si alguno se queda con dudas, no, no hay absolutamente ninguna evidencia de que las vacunas causen autismo, ni la triple vírica, ni ninguna otra. Al igual que el trabajo de Wakefield era una porquería, hay una tonelada de estudios bien hechos que demuestran que las vacunas son seguras. Hay que tener mucho cuidado con la desinformación y las teorías conspiratorias, sobre todo en temas de salud. Y siempre, siempre, contrastar las fuentes de información y ser críticos. Por nuestra parte, desde este canal haremos lo posible por divulgar ciencia de verdad.