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Memorias de Pez »  ¿Se podían evitar los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki?

 ¿Se podían evitar los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki?

Por Paula Pérez Calvo
9 de octubre de 2025 a las 10:18
en Historia
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 ¿Se podían evitar los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki?

6 de agosto de 1945. Son las 8:15 de la mañana en Hiroshima. De repente, un destello cegador, una bola de fuego del tamaño del sol y en cuestión de segundos, la ciudad desaparece. Tres días después, la historia se repite en Nagasaki. Doscientas mil personas murieron y, con ellas, comenzó la era nuclear. Pero… ¿Por qué se llevó a cabo esta salvajada?, ¿Por qué en estas dos ciudades? y la pregunta más incómoda y brutal: ¿de verdad era necesario lanzar las bombas atómicas?.

Antes de nada, hagamos un repaso a los acontecimientos sucedidos antes de los bombardeos. Como muchos sabréis, la Segunda Guerra Mundial ya estaba prácticamente decidida en Europa: Alemania se había rendido en mayo, Hitler estaba muerto y los Aliados celebraban la victoria. Pero en el Pacífico, la historia era distinta. Japón, aunque debilitado, seguía resistiendo con la ferocidad inquebrantable del que, quizás, sea el país más disciplinado del mundo. Por aquel entonces, el imperio japonés no se limitaba únicamente al archipiélago que hoy conforma el país que todos conocemos. El “imperio del sol naciente”, había iniciado su expansión décadas antes de la Segunda Guerra Mundial, conquistando Corea, la región china de Manchuria, y gran parte del sudeste asiático. 

Pero, al igual que le ocurría a Hitler, esa expansión militar tenía un límite: la dependencia energética de Japón era muy grande, y tras el embargo petrolero estadounidense, la única forma de conseguir combustible era hacerse con Filipinas, Malasia o Indonesia. Japón, que un siglo atrás había sufrido la humillación de verse forzado a abrirse al comercio exterior por la obligación de Estados Unidos, ahora quería demostrar su superioridad. Y para hacerlo, cometió el que muchos historiadores han considerado como el mayor error estratégico cometido por ningún país en la Segunda Guerra Mundial: Pearl Harbor. 

Tras uno de los ataques preventivos más famosos de toda la historia, Japón empujó al pueblo estadounidense, que hasta entonces estaba dividido, a unirse. Con este casus belli, lo que en un principio fue un éxito táctico para Japón, se convertiría en su peor pesadilla.  Desde entonces ambos bandos se enfrentaron en una campaña brutal de islas: Midway, Guadalcanal, Iwo Jima, Okinawa… batallas que dejaron cientos de miles de muertos. 

Pero la realidad es que Japón no tenía plan para una guerra prolongada contra un rival con más recursos, población y tecnología. Durante el último año de guerra, en 1945, Japón había perdido la superioridad naval y aérea. Sus ciudades habían sido arrasadas hasta los cimientos por bombardeos convencionales, su economía estaba asfixiada y el bloqueo marítimo impedía el abastecimiento. Y aun así, el país no se rendía. El ejército seguía controlando el gobierno y defendía la idea de luchar hasta el final. 

Mientras todo esto sucedía en el verano de 1945, además de la inoportuna muerte del presidente de los Estados Unidos, Franklin Roosevelt, se estaban gestando en la sombra, simultáneamente, tres acontecimientos de vital importancia:

  1. El primero de ellos era la preparación de EE.UU. para la Operación Downfall, la invasión del archipiélago japonés. Los cálculos eran aterradores: se estimaban desde 250.000 hasta 400.00 bajas estadounidenses, y más de 2 millones de soldados japoneses entre civiles y militares. Ya sabéis que las cifras hay que cogerlas con pinzas y más si son estimaciones. 
  1. Al mismo tiempo, Stalin se había comprometido con Roosevelt y Churchill a entrar en la guerra contra Japón tres meses después de la victoria en Europa. Eso significaba que en agosto de 1945, los soviéticos iban a abrir un nuevo frente en Manchuria, acelerando la derrota japonesa… pero también ampliando su influencia en Asia. Washington lo sabía bien: si la guerra se alargaba, el reparto del Pacífico quedaría condicionado por la presencia soviética.
  1. El tercero de los acontecimientos, fue quizás, el más relevante para esta historia. Pero vamos a hacer un poco de memoria antes:
    • En los años treinta, el físico Niels Bohr explicó que dividiendo el núcleo de un átomo de uranio podría crearse un arma capaz de arrasar ciudades enteras. Más tarde, el físico húngaro Leó Szilárd, convencido de que Alemania podría hacerse con esta arma, convenció a Albert Einstein para firmar en 1939 una carta dirigida a Roosevelt: nacía así el germen del Proyecto Manhattan. 
    • Así, Estados Unidos decidió apostar a fondo por la bomba. Robert Oppenheimer fue el encargado de esta importante tarea llevada a cabo en los laboratorios de Los Álamos.
    • Menos de tres años más tarde, con Roosevelt muerto y Truman en la Casa Blanca, Estados Unidos había ganado la carrera y tenía en sus manos el poder más destructivo creado hasta la fecha. Estados Unidos decidió usar ese poder no una, sino dos veces, en dos ciudades japonesas.  

Hiroshima fue escogida porque era una ciudad grande, con importancia militar y que además no había sido bombardeada previamente (así, se podría evaluar mejor el impacto de la bomba). Además su geografía, rodeada de montañas, multiplicaba el efecto de la onda expansiva. Tras el lanzamiento de la bomba Little Boy, en cuestión de segundos, entre 70.000 y 80.000 personas murieron al instante, atrapados en una bola de fuego que alcanzó temperaturas superiores a las del sol. La onda expansiva destruyó casi el 70 % de los edificios de la ciudad. En los días y semanas posteriores, miles más fallecieron por quemaduras, heridas y, por primera vez en la historia, por los efectos invisibles de la radiación. Para finales de 1945, la cifra total de víctimas mortales rondaba las 140.000 personas.

En Nagasaki, que fue escogida de rebote, la geografía montañosa redujo ligeramente el alcance del impacto, pero la destrucción fue igualmente catastrófica. Aproximadamente 40.000 personas murieron en el acto y otras 30.000 lo hicieron en los meses siguientes, por heridas y enfermedades derivadas de la radiación. Los barrios industriales quedaron arrasados y la ciudad, como Hiroshima, sufrió incendios que borraron comunidades enteras del mapa.

Decenas de miles de supervivientes, conocidos como hibakusha, padecieron cánceres, leucemias, malformaciones congénitas en sus descendientes y un estigma social que les acompañó toda la vida. Hiroshima y Nagasaki no solo quedaron marcadas por la destrucción material y la pérdida humana inmed iata, sino también por décadas de sufrimiento silencioso que las convirtió en sím bolos universales del horror nuclear.

A día de hoy, la narrativa dominante hasta el día de hoy en Estados Unidos y en muchos países europeos es que, el uso de las bombas en Hiroshima y Nagasaki fue una medida necesaria para forzar la rendición de Japón y evitar una invasión terrestre costosa en vidas. Este enfoque oficial se basa en varios pilares: el supuesto elevado costo humano de una invasión terrestre (Operación Downfall), la intransigente resistencia japonesa al final de la guerra, y el deseo de evitar una prolongación del conflicto, con sus consecuencias humanitarias, logísticas y políticas. Pero ¿Es todo esto cierto?. Analicemos la situación en la que se encontraba Japón en Agosto de 1945, y los argumentos de Truman para lanzar las bombas.

Por una parte, Japón ya estaba derrotado. Para gran parte de los historiadores, en verano de 1945 Japón se encontraba al borde del colapso: bloqueado por mar, con sus ciudades arrasadas y sin capacidad para sostener la guerra mucho más tiempo. Pero aun así no se rendía. ¿Por qué?. 

  1. Pues más allá de la férrea disciplina japonesa, había un tema de vital importancia. Japón no se rendía porque temía la caída del emperador Hirohito, considerado una figura casi divina. Estados Unidos, al principio, quería una rendición incondicional japonesa. Sin embargo, si EE. UU. hubiera garantizado desde el principio que el emperador conservaría su puesto simbólico, quizá la rendición se habría producido antes. De hecho, cuando Japón finalmente se rindió, lo hizo bajo esa condición y Estados Unidos aceptó al emperador, incluso después de lanzar las bombas. 
  2. Por lo tanto, el argumento de que “Japón nunca se iba a rendir” no es del todo válido. Tiene toda la pinta de que Japón sí que habría aceptado una rendición, siempre con el compromiso de respetar la continuidad del emperador. Esto quiere decir que la Operación Downfall no habría sido necesaria. 
  3. Pero es que además hay un argumento de peso que hace que Japón tuviera más papeletas para la rendición: El 8 de agosto de 1945, un día antes del bombardeo a Hiroshima, la URSS declaró la guerra a Japón e invadió Manchuria. Numerosos especialistas consideran que ese movimiento fue incluso más decisivo para Tokio que las bombas, porque demostraba que no habría margen para negociar una paz mediada con Moscú. Vamos, que esto refuerza la idea de que el desenlace podía haberse producido sin los ataques nucleares.
  1. Pero aún hay más. Japón nunca supo de las capacidades destructivas de los Estados Unidos antes de las bombas. En la propia administración estadounidense se discutió la posibilidad de realizar una demostración para advertir a Japón del poder destructivo. Estas opciones se descartaron por miedo a que la bomba no funcionara y a que Japón no cediera ante una amenaza sin un golpe real, pero nunca sabremos si esta hipotética demostración habría hecho rendirse a Japón. 
  2. Los argumentos en contra de la posición de Truman también fueron defendidos por varios altos mandos estadounidenses. Numerosas figuras militares y políticas pusieron en duda la necesidad de las bombas. Dwight Eisenhower, entonces general en Europa y futuro presidente, escribió que le dijo al secretario de Guerra que Japón ya estaba derrotado y que no era necesario usar “esa cosa horrible”. Incluso el general Douglas MacArthur, previsto como comandante de la invasión, se mostró contrario al uso de la bomba.
  1. Sin embargo, a día de hoy todavía existen historiadores que defienden la postura de Truman (la mayoría estadounidenses, claro). Su argumento es que a pesar de todo, en Okinawa habían muerto más 200.000 personas y que el alto mando nipón no iba a ceder. Que la rendición debía ser incondicional (por eso lo de no aceptar la continuidad del emperador), porque si no daría a las a los sectores más militaristas del país. También sostienen que, el hecho de que la URSS entrase en la guerra, no garantizaba una rendición inmediata. Vamos, que defienden la idea de que Japón jamás habría cedido sin un shock brutal.

Por supuesto, todo esto parte de la base de que la decisión de Truman se tomó únicamente teniendo en cuenta el punto de vista moral. Pero la realidad política es mucho más cruda. Aquí nos tenemos que hacer la siguiente  pregunta: ¿El lanzamiento de las bombas buscaba únicamente acabar con el conflicto?. Pues la respuesta, evidentemente, es que no.

La decisión de Truman no se tomó pensando en Japón. Estados Unidos no solo quería infligir un golpe psicológico enorme sobre Japón, también quería enviar un mensaje al mundo —y, en particular, a la Unión Soviética— sobre su supremacía militar. En agosto de 1945, la Segunda Guerra Mundial estaba terminando, pero la Guerra Fría ya asomaba. Mostrar la fuerza del arma nuclear era también un movimiento geopolítico.  Y es que, si los soviéticos participaban en la derrota, también reclamarían influencia en Asia. Al usar la bomba antes y forzar la rendición japonesa, Estados Unidos pretendía limitar el papel de Stalin en el reparto de poder en el Pacífico.

Por supuesto, Truman también tenía que justificar el Proyecto Manhattan. Tras una inversión colosal de más de 2.000 millones de dólares (una cifra descomunal para la época), la bomba era el proyecto científico y militar más ambicioso de la historia. Como era lógico, había presiones internas para que esa inversión se tradujera en un resultado tangible y “útil” en la guerra.

En conclusión, en el debate académico e historiográfico (incluso en muchos casos dentro de los Estados Unidos), la mayoría de opiniones coinciden en que las bombas no eran necesarias desde un punto de vista militar y que Japón se habría rendido en cuestión de semanas. Aunque nunca lo sabremos. Eso sí, las bombas sí que fueron totalmente necesarias para intimidar al mundo y ganar influencia sobre la URSS. 

Sin embargo, en la narrativa política de EE.UU la versión de “eran inevitables” es la que ha terminado calando. Es lo que muchos hemos escuchado en las películas o series de Hollywood, y tiene sentido. La visión victoriosa de los Estados Unidos necesitaba un relato claro y sencillo: “las bombas fueron inevitables, acortaron la guerra y salvaron millones de vidas”. Una explicación que encajaba perfectamente con el orgullo nacional y con el nuevo papel de Washington como líder del mundo libre frente a la URSS. Reconocer lo contrario habría supuesto admitir que se masacró a dos ciudades innecesariamente, algo difícil de aceptar para una potencia que se presentaba como la defensora de la democracia.

Y ahí está la gran paradoja. Mientras los manuales oficiales y la cultura popular han repetido durante décadas que Hiroshima y Nagasaki eran inevitables, buena parte de los historiadores —y hasta altos mandos militares de la época— coinciden en que Japón se habría rendido pronto, con o sin bombas. Pero a pesar de todo, nunca sabremos qué habría sucedido. 

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