La guerra de 12 días llevada a cabo por Irán e Israel ha sido una de las guerras más importantes del siglo XXI. Si bien a nivel de cifras ni siquiera se puede comparar con lo que es la guerra de Ucrania o el genocidio de Gaza, a nivel de impacto geopolítico y de desarrollo militar sí que ha sido un conflicto de suma importancia para el futuro. Y es que la guerra entre Irán e Israel ha sido una guerra tremendamente singular. Para empezar, ha sido un conflicto entre dos países que están a casi 2000 km de distancia.

Un enfrentamiento que por tanto no se ha librado por tierra, sino que ha sido más bien una guerra de salvas en la que terceros países más débiles veían cómo los aviones de combate israelíes o los misiles balísticos iraníes cruzaban sus cielos con total impunidad. Por todo ello, la pregunta que nos hacemos es clara: ¿qué conclusiones sacamos del conflicto? ¿Han cambiado estos 12 días la forma en la que se combate una guerra? Veamos.
1. Capacidad real de disuasión
La guerra entre Irán e Israel ha dejado en evidencia una primera lección que, a su vez, es una de las lecciones más antiguas y al mismo tiempo más vigentes de la geopolítica: la importancia de tener capacidad real de disuasión. Si Irán hubiese tenido armas nucleares plenamente operativas, Israel jamás se habría atrevido a cruzar ciertas líneas rojas. Y no porque Israel no tenga la voluntad o la tecnología, sino porque en el momento en que atacas a un país con armamento nuclear, sabes que te expones a un escenario donde la destrucción mutua es prácticamente inevitable.
Por eso, en los últimos años, Irán ha invertido tantos recursos, dinero y capital político en su programa nuclear, consciente de que sin ese seguro de vida está siempre en una posición de inferioridad estratégica. Lo que hemos visto es el ejemplo más claro. Israel ha golpeado objetivos en territorio iraní, ha mostrado su poder militar y ha dejado claro que puede atacar el corazón de su enemigo si lo considera necesario. Pero si Irán ya tuviese la bomba, la historia sería muy diferente.
Basta mirar otros ejemplos del mundo. Corea del Norte provoca constantemente, amenaza, lanza misiles al mar, pero nadie lo toca directamente porque tiene capacidad nuclear, y esa carta le permite, incluso siendo un país aislado, sentarse en la mesa de los grandes. Con India y Pakistán pasa igual. Se detestan, han tenido choques fronterizos, pero la existencia de armas nucleares en ambos bandos obliga a una contención permanente, por frágil que sea.

Irán hoy no tiene esa carta y lo sabe. Israel también lo sabe, y por eso la ventana de oportunidad para golpear sigue abierta, pero no durará eternamente. Esta guerra ha acelerado la carrera nuclear iraní porque Teherán ha comprobado de forma dolorosa lo que significa no poder disuadir a tu enemigo. El día que consigan el arma nuclear, el equilibrio de poder en Oriente Medio cambiará de forma radical.
Europa también debería tomar nota. El caso iraní demuestra que sin una capacidad real de disuasión te conviertes en vulnerable, en un actor al que se le puede presionar, golpear o incluso atacar sin que el agresor tema las consecuencias. Irán hoy está pagando ese precio. Pero si nos miramos al espejo, Europa no está mucho mejor preparada. La Unión Europea en su conjunto carece de una disuasión creíble a gran escala.
Dependemos en exceso de la OTAN, es decir, de Estados Unidos. Sin defensa antimisiles, sin un escudo aéreo robusto, sin una fuerza militar coordinada y, sobre todo, sin capacidad disuasoria propia, Europa está expuesta.
2. Peso de la inteligencia militar
Otra de las grandes lecciones que nos deja esta guerra, y que muchas veces el público general no percibe, es el peso descomunal que tiene la inteligencia militar. Llamamos inteligencia militar a toda esa red invisible de información, espionaje, tecnología, ciberataques y análisis que ocurre mucho antes de que suene la primera sirena o explote el primer misil.
En el caso concreto del conflicto entre Irán e Israel, lo que ha quedado en evidencia es que Israel no solo ganó la batalla tecnológica o militar, sino que jugó con una ventaja brutal gracias a su superioridad en el ámbito de la inteligencia. Y esa ventaja se tradujo directamente en la capacidad de hacer muchísimo más daño al enemigo con menos recursos, menos exposición y menos consecuencias internacionales. Para entenderlo bien, hay que pensar que la guerra ya no se decide únicamente en el campo de batalla o lanzando grandes ofensivas.
Hoy en día, los ejércitos más sofisticados invierten tanto o más en conseguir información que en comprar armamento, porque saben que sin inteligencia de calidad todo lo demás se vuelve ciego y torpe. Israel es un ejemplo paradigmático de esto. Su servicio de inteligencia, el famoso Mossad, junto a la inteligencia militar, el AMAN, y la Agencia de Seguridad Interna, el Shin Bet, llevan décadas construyendo una red de espionaje y vigilancia que no tiene rival en la región.
No solo infiltran agentes en los países enemigos, sino que dominan el ciberespacio, las comunicaciones, los satélites, la vigilancia electrónica y, muy importante, el uso estratégico de la información para anticiparse a los movimientos del contrario. En esta guerra se ha visto con claridad. Israel ha podido golpear infraestructuras críticas dentro de Irán, atacar objetivos de alto valor en Siria, Irak y otros puntos, y hacerlo de manera quirúrgica, sin necesidad de desplegar grandes contingentes de tropas ni embarcarse en una guerra abierta total.
Eso solo es posible si tienes información precisa, actualizada y fiable sobre los puntos débiles del enemigo. Para Israel ha sido clave saber, por ejemplo, dónde están los centros de mando, qué instalaciones tienen importancia militar real, dónde se esconden los arsenales o incluso qué rutas usan los líderes enemigos para desplazarse. Y no solo hablamos de lo militar. Otro aspecto clave es que esta superioridad en inteligencia no solo sirve para golpear, sino también para defenderse.
La famosa red de defensa antimisiles israelí, que incluye la Cúpula de Hierro, la Honda de David o los interceptores Arrow, funciona en gran parte gracias a la información previa que se recoge y se analiza en tiempo real. Detectar los lanzamientos enemigos, prever los trayectos de los misiles, priorizar qué amenazas neutralizar. Todo eso es un trabajo de inteligencia técnica que complementa el hardware militar. Sin esa capa de información previa, por muy avanzada que sea tu tecnología, estarías reaccionando a ciegas.
Y luego está el factor psicológico, que no es menor. Cuando un enemigo como Irán ve que pese a sus esfuerzos por protegerse y ocultar sus movimientos, Israel sigue teniendo la capacidad de penetrar sus defensas, de anticiparse, de golpear donde más duele. El efecto va mucho más allá de lo puramente militar. Es un golpe a la moral, a la confianza interna, a la imagen de control que el régimen iraní quiere proyectar. Y eso, en términos estratégicos, es casi tan importante como los daños físicos.
3. Irán está sola
Tercera clave de la guerra: Irán está sola. Y esto es especialmente llamativo porque durante años Teherán ha intentado vender al mundo la imagen de que forma parte de un gran bloque antioccidental, de un eje de resistencia capaz de plantar cara a Israel, a Estados Unidos y a sus aliados en Oriente Medio. Pero cuando llega la hora de la verdad, cuando se produce un choque directo con Israel, ese supuesto bloque desaparece o como mínimo demuestra ser mucho más débil de lo que Irán había proyectado.
Además, sus grandes aliados internacionales, Rusia y China, se han desmarcado claramente de este conflicto. Rusia, en teoría, debería ser un socio estratégico para Irán. Sin embargo, Moscú está tan atascada en su propia guerra en Ucrania y tan debilitada económica y políticamente que no está en condiciones de intervenir en defensa de Teherán, ni siquiera como gesto simbólico. Putin tiene otros problemas mucho más graves en casa y en sus fronteras, y lo último que necesita es abrir otro frente o complicar aún más sus relaciones con países como Israel, que, recordemos, ha mantenido una posición ambigua respecto a la guerra de Ucrania.

Por otro lado, China, que se presenta como una superpotencia emergente y un actor global que pretende mediar en los grandes conflictos internacionales, tampoco ha movido un dedo para defender a Irán. Pekín tiene intereses económicos gigantescos en Oriente Medio, especialmente en garantizar el flujo de petróleo y gas. Y ha jugado a ser el mediador entre Irán y Arabia Saudí en los últimos años, pero no está dispuesta a mancharse directamente en una guerra. China no quiere verse atrapada en un conflicto regional que puede escalar y afectar a su estabilidad económica.

Para ellos, la prioridad es su crecimiento interno, su expansión tecnológica y su pulso geopolítico con Estados Unidos, pero siempre desde un pragmatismo absoluto que les aleja de los enfrentamientos militares abiertos, sobre todo si no les afecta directamente.
4. Suficientes misiles antiaéreos
Otra de las lecciones más claras y a la vez más inquietantes que nos deja este conflicto entre Irán e Israel es la importancia vital de tener reservas suficientes de misiles antiaéreos, lo que en lenguaje más técnico se conoce como stocks estratégicos de interceptores.

Israel, que presume con razón de tener uno de los sistemas de defensa aérea más avanzados y sofisticados del mundo, se ha encontrado al borde de una situación extremadamente delicada: quedarse sin misiles para defender su propio territorio. Esto no es un detalle menor, es una advertencia muy seria. Israel, a pesar de toda su tecnología punta, su red multicapa de defensas como la Cúpula de Hierro, la Honda de David y los interceptores Arrow, casi agotó sus existencias de misiles en los 12 días que duró la contienda. La conclusión es clara: por muy avanzado que sea tu sistema de defensa, si no tienes suficientes interceptores almacenados, tu escudo se convierte en algo simbólico que dura lo que duren tus reservas.
Esto debería hacer sonar todas las alarmas en Europa, porque si Israel, que lleva años preparándose para escenarios de alta intensidad, que fabrica parte de sus propios sistemas, que tiene acuerdos estrechos con Estados Unidos y que ha invertido miles de millones en su defensa aérea, estuvo a punto de vaciar sus almacenes en un solo ataque, ¿qué pasaría en Europa? Donde la inversión en defensa ha sido baja durante décadas y los stocks directamente son ridículos.
La guerra en Ucrania ya nos dio una advertencia clara sobre esto, cuando quedó en evidencia que muchos ejércitos europeos tenían arsenales prácticamente simbólicos de municiones, misiles o equipos modernos. Ahora, este conflicto lo remarca de nuevo desde otra perspectiva. La defensa antiaérea no es un lujo ni algo opcional. Es un pilar fundamental para cualquier país o bloque que quiera protegerse de ataques aéreos masivos. Y aquí no hablamos solo de protegerse de grandes potencias. El simple hecho de que grupos terroristas o actores no estatales consigan drones armados o misiles de medio alcance ya obliga a tener sistemas de defensa listos y, lo más importante, bien abastecidos.
5. Desmontar mitos de guerra
Y vamos con la última lección que nos llevamos de esta guerra de los 12 días. Esta guerra entre Irán e Israel ha servido para desmontar ciertos mitos que estaban empezando a calar, especialmente a raíz del conflicto de Ucrania, donde los cazabombarderos han tenido un papel mucho más discreto de lo que algunos esperaban. En Ucrania hemos visto que, pese a la importancia indiscutible del poder aéreo, los cielos se han convertido en un espacio extremadamente peligroso, saturado de defensas antiaéreas, misiles tierra-aire, drones kamikaze y sistemas de radar de última generación. Eso ha obligado a los cazas, incluso los más modernos, a actuar con precaución, limitando sus incursiones y reservándolos para misiones muy concretas.
Eso llevó a mucha gente a pensar que los cazabombarderos clásicos, incluso los modelos de última generación, estaban perdiendo relevancia en los conflictos modernos, que la guerra iba a ser territorio exclusivo de drones, misiles teledirigidos y artillería de largo alcance. Pero el conflicto entre Irán e Israel ha roto ese discurso y ha dejado claro que los cazabombarderos no solo siguen siendo relevantes, sino que, cuando se combinan con tecnología punta y superioridad aérea, se convierten en un factor absolutamente determinante. Israel lo ha demostrado con su uso del F-35, el caza de quinta generación más avanzado del mundo, que ha jugado un papel crucial en los ataques quirúrgicos contra objetivos estratégicos iraníes.

Estos aviones no solo son invisibles al radar gracias a su diseño furtivo, sino que cuentan con una capacidad de recopilación de inteligencia, guerra electrónica y ataque de precisión que los hace inigualables hoy en día. Lo interesante es que el uso del F-35 en este conflicto va mucho más allá de bombardear un blanco. Son auténticas plataformas de vigilancia, recolección de datos en tiempo real, coordinación de operaciones y, llegado el caso, destrucción de objetivos clave. Israel los ha utilizado no solo para golpear, sino para mapear las defensas iraníes, desactivar sistemas antiaéreos, identificar puntos débiles y garantizar que sus ataques se realicen con el máximo nivel de precisión y el mínimo riesgo para sus pilotos.
Otro dato que no se puede pasar por alto y que habla muy bien del nivel tecnológico alcanzado es que, hasta ahora, ningún F-35 israelí se ha perdido en combate, ni siquiera por fallo técnico, algo que en cualquier operación militar es bastante inusual. Estamos hablando de aviones que han volado en entornos hostiles, con amenazas de misiles antiaéreos, radares enemigos activos y condiciones de alta tensión operativa, y que aun así han demostrado una fiabilidad mecánica y tecnológica extraordinaria. Esto contrasta enormemente con lo que hemos visto en Ucrania.
Allí ni Rusia ni Ucrania tienen un dominio aéreo claro, y la proliferación de defensas antiaéreas portátiles y sistemas SAM ha hecho que los cazabombarderos vuelen menos y se limiten a misiones de bajo perfil. Pero Israel ha demostrado que, cuando tienes la combinación de tecnología de vanguardia, superioridad en inteligencia y un dominio efectivo del espacio aéreo, los cazas de última generación siguen siendo la columna vertebral de las operaciones ofensivas. Además, este conflicto deja clara otra idea.
Los drones y los misiles son una herramienta fundamental, pero no sustituyen por completo a los aviones tripulados. Los cazabombarderos como el F-35, cuando se utilizan bien, ofrecen algo que los drones aún no pueden replicar al 100 %: versatilidad táctica, adaptabilidad en tiempo real y la capacidad de ejecutar misiones complejas en entornos cambiantes. En otras palabras, no estamos ante la desaparición de la aviación de combate, sino ante su transformación. Los aviones del siglo XXI no son los bombarderos pesados de antaño ni los cazas clásicos de la Guerra Fría. Son plataformas tecnológicas avanzadas que combinan sigilo, inteligencia, conectividad y capacidad ofensiva de alto nivel..