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Memorias de Pez » La EXPEDICIÓN BALMIS: El épico viaje de la primera vacuna que cambió el mundo 💉⚓

La EXPEDICIÓN BALMIS: El épico viaje de la primera vacuna que cambió el mundo 💉⚓

Por Paula Pérez Calvo
12 de junio de 2025 a las 11:43
en Ciencia
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La EXPEDICIÓN BALMIS: El épico viaje de la primera vacuna que cambió el mundo 💉⚓

En España podemos estar orgullosos de nuestros científicos por muchas razones. Santiago Ramón y Cajal descubrió que nuestro sistema nervioso está formado por neuronas. Severo Choa descubrió cómo se sintetiza el ARN y Francis Mógica descubrió las Crisper. Pero esta vez vamos a contaros una historia menos conocida, aunque no menos importante. Una auténtica gesta científica en la que unos pocos españoles, un grupo de huérfanos y un peligroso virus, consiguieron salvar millones de vidas. Se trata de la expedición Balmis.

La viruela

Probablemente nunca te hayas parado a pensar en esto, pero puedes sentirte muy afortunado por una cosa: nunca vas a tener viruela, básicamente porque esta enfermedad está erradicada. Poca broma con esto. La viruela ha atormentado la humanidad durante miles de años. Incluso se han encontrado síntomas en momias del antiguo Egipto. Y es que la variante más frecuente de la enfermedad, la viruela mayor, tenía una mortalidad del 30%. Esto es una barbaridad. Casi uno de cada tres infectados moría. Solo en Europa se calcula que murieron 60 millones de personas durante el siglo XVIII por viruela.

Por si fuera poco, la mayoría de los supervivientes padecían secuelas. Las más comunes eran unas cicatrices en la piel que llevaban a la estigmatización social. También era habitual sufrir ceguera parcial o total. Vamos, que si no te morías probablemente te quedabas marcado, ciego o las dos cosas. Fijaos, si es una movida de enfermedad que hasta los ingleses la usaron como arma biológica en el siglo XIX para atacar a nativos americanos. Incluso se sabe que la Unión Soviética tenía un programa de armas biológicas que incluía la viruela.

El causante de tanto sufrimiento es esto de aquí, el variola virus. El contagio del virus se producía mediante fluidos corporales como saliva, sangre o líquido de lesiones cutáneas o también por contacto con objetos contaminados como ropa o sábanas. El maldito virus es experto en matar a nuestras células. Mirad, su ciclo de vida es así: cuando el virus entra a nuestro cuerpo, se dirige a los ganglios linfáticos, donde se replica muchas veces. Como no puede hacerlo por sí mismo, entra en nuestras células y se aprovecha de ellas, por ejemplo, utilizando sus ribosomas, los orgánulos encargados de sintetizar proteínas.

Además, mientras se replica, interrumpe las funciones celulares normales, como la síntesis de ADN y proteínas, causando daño celular. Pasado un tiempo, la célula tiene muchos virus dentro y se lisa, o sea, se rompe liberándolos. Unos cinco o seis días después de la infección, los ganglios linfáticos están petados de virus que pasan al torrente sanguíneo y se reparten por el cuerpo. Los enfermos de viruela desarrollan unas pústulas muy características que aparecen cuando los virus infectan las células de la epidermis en la piel. Estas heridas, además de ser dolorosas, pueden ser un portal de entrada a patógenos que causen otras enfermedades.

Aparte de la piel, los virus también infectan otros órganos como los pulmones, el hígado o la médula ósea, pudiendo causar fallos orgánicos. Vaya tela con la viruela. No, pues ojo que aún hay más. Cuando el virus nos infecta, se produce una respuesta muy fuerte de nuestro sistema inmune que lo da todo para intentar combatirlo. Esto causa una inflamación en las partes del cuerpo afectadas que puede agravar el daño. Y lo que es peor, a veces el sistema inmune se pasa de intenso y se produce una tormenta de citoquinas.

Veréis, nuestras células inmunitarias utilizan las citoquinas para comunicarse entre ellas y dar respuestas adecuadas. Normalmente su liberación está bien regulada, pero a veces nuestro sistema inmune pierde el control y libera muchísimas citoquinas. Esto produce una respuesta exagerada que puede llevar a una inflamación severa de todo el cuerpo y a un fallo multiorgánico. Vamos, que a tu sistema inmune se le va la olla mientras intenta luchar contra el virus y te acaba matando.

El experimento de Edward Jenner

La viruela parecía un castigo divino para la humanidad hasta que a finales del siglo XVII, el científico inglés Edward Jenner encontró la solución al problema. Jenner observó que algunas granjeras que trabajaban con vacas que tenían viruela bovina se contagiaban de esta enfermedad menos peligrosa. Además, se dio cuenta de que las mujeres que la habían pasado eran inmunes a la viruela humana o tenían síntomas leves si se contagiaban. A raíz de esas observaciones, Jenner tuvo una idea que cambiaría la historia de la medicina: ¿y si utilizamos la viruela bovina para prevenirnos de la mortal viruela humana?

Para comprobar su hipótesis, planteó un experimento un poco chungo. Buscó a una mujer infectada con viruela bovina y cogió líquido de una de sus pústulas. Después se lo inoculó a un niño de 8 años que contrajo la enfermedad. Pasadas unas semanas, cuando el niño ya estaba sano, lo expuso a la viruela humana. Efectivamente, la hipótesis era correcta. El niño no se contagió. Edward Jenner había inventado la primera vacuna. Aunque hoy en día este experimento nos parece cruel, ya sabéis, por lo de experimentar con niños, fue clave para que Jenner pudiera defender su técnica de prevención de la viruela.

Al principio hubo algunas reticencias, pero viéndolo bien que funcionaba su vacuna, rápidamente muchos países se empezaron a aplicarla. Por cierto, la palabra “vacuna” viene precisamente de la viruela bovina, que también se puede llamar viruela “vacuna”, ya sabéis, por las vacas.

La expedición Balmis

Pues con este contexto histórico nos vamos a España para hablar de nuestra historia. Por estos tiempos gobernaba el rey Carlos IV, que estaba preocupado por la altísima mortalidad de la enfermedad en las colonias españolas de América y también en las de Asia. Y es que hacía unos siglos que los españoles habían llegado a América llevando consigo enfermedades como el sarampión y la viruela, contra las que los nativos no estaban inmunizados y morían por millones. Además, Carlos IV estaba especialmente sensibilizado con el tema porque una hija y un hermano suyo también habían muerto de viruela.

Así que cuando el médico de la corte, Francisco Javier Balmis, le planteó la ambiciosa idea de hacer un viaje para llevar la vacuna a los territorios de ultramar, aceptó financiarla. La misión se bautizó como la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, aunque ha pasado a la historia como la Expedición Balmis.

En aquellos tiempos la vacuna era muy básica, consistía en líquido que se sacaba de las pústulas de infectados con viruela bovina, como hizo Jenner. Los científicos en esta época no lo sabían, pero su vacuna no era más que un montón de virus vivos. Claro, no tenían neveras ni nada por el estilo, así que las vacunas se estropeaban en pocos días, básicamente porque se morían los virus.

Precisamente este fue el primer reto al que se enfrentó la expedición: ¿cómo llevarían la vacuna hasta América sin que se les echara a perder por el camino? Pues aquí Balmis tuvo una idea genial, aunque bastante creepy: usar niños. La expedición partió desde La Coruña el 30 de noviembre de 1803 con 22 niños que aún no habían pasado la viruela. La estrategia era la siguiente: antes de zarpar se infectó a un niño con viruela bovina y aproximadamente cada 10 días se cogía líquido de sus pústulas y se infectaba a otro niño. Así sucesivamente hasta llegar al destino. Vamos, que en vez de llevarse líquido infectado en un frasco, se utilizó a esos niños como recipientes humanos. Un poco macabro, pero muy efectivo.

De los 22 niños, 21 llegaron a América sanos y salvos. El éxito de la operación se lo debemos a Isabel Zendal, la enfermera que se encargó de cuidar a los niños y de ir transmitiéndoles la viruela bovina durante el viaje.

La primera parada de la expedición fue en las Islas Canarias, donde pasaron un mes vacunando en Tenerife. El 9 de febrero de 1804 llegaron a Puerto Rico y empezó la vacunación en América. El equipo de la expedición se dividió en La Guaira, Venezuela. El segundo al mando, José Salvany, se quedó en el sur del continente vacunando por el virreinato de Nueva Granada —actuales Panamá, Colombia, Venezuela y Ecuador— y después por el virreinato del Perú, lo que hoy son Perú, Chile y Bolivia.

Tras 7 años de viaje en los que perdió la visión de un ojo, sufrió malaria, tuberculosis y difteria, Salvany murió en Bolivia antes de poder llegar a Argentina. El pobre quedó hecho un trapo.

Por otro lado, Balmis y Zendal subieron hasta México. Zendal se quedó allí, donde acabaría muriendo, y Balmis reclutó a 26 niños más para repetir la estrategia y poder llevar la vacuna hasta Filipinas. Tras vacunar por el archipiélago, se dirigió a Macao, una colonia portuguesa en China, y llegaría hasta la provincia de Cantón. Desde ahí, por fin, partió hacia España. Buen paseo se dio. Balmis llegó a Lisboa en agosto de 1806, casi 3 años después de su partida y con una vuelta al mundo a sus espaldas.

Además de vacunar a cientos de miles de personas, los integrantes de la expedición establecieron juntas de vacunación en todas las ciudades que visitaban. En estas juntas se conservaba la vacuna y se instruía a médicos locales para asegurar que se siguiera vacunando a las generaciones futuras.

Gracias al tremendo esfuerzo de la expedición Balmis, se salvaron millones de vidas y se distribuyó la vacuna de la viruela por medio mundo, algo que sería fundamental para la erradicación de la enfermedad casi 200 años más tarde.

Las vacunas contra la viruela siguieron utilizándose por todo el mundo y mejorando poco a poco al ritmo de los avances científicos. El último brote de viruela se dio en el año 1977 en Somalia y finalmente la Organización Mundial de la Salud declaró la enfermedad como erradicada en 1980.

El éxito fue tal que hoy en día esta vacuna ya ni se utiliza, aunque esto no quiere decir que la viruela no exista. Actualmente, que se sepa, solo dos laboratorios —de Estados Unidos y Rusia— conservan cepas viables del virus de la viruela humana. Aunque ambos laboratorios son inspeccionados cada dos años por expertos en bioseguridad de la OMS, hay quien piensa que conservar la viruela es una locura y que esas muestras deberían destruirse.

Al fin y al cabo, nunca se sabe cuándo puede haber un accidente, un robo o un salido que la quiera usar como arma biológica. Por otra parte, conservar los virus permite estudiarlos mejor y desarrollar tratamientos eficaces en caso de que otro tipo de viruela, como la viruela del mono, sea un problema en el futuro.

No hay consenso entre los expertos sobre qué debería hacerse con los dichosos virus. Sea como sea, la increíble historia de la Expedición Balmis nos recuerda lo importante que es la vacunación y los esfuerzos internacionales para luchar contra las enfermedades que atormentan a la especie humana.

Etiqueta BiologíaCienciavacunasviruela
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