Si bien el comunismo triunfó en el antiguo Imperio Ruso, en otros países la historia fue muy diferente. Al final de la Primera Guerra Mundial, el comunismo tenía muchos adeptos en diversos países como Reino Unido o Francia. Sin embargo, también surgieron movimientos políticos de corte nacionalista que eran completamente contrarrevolucionarios. Este sentimiento se dio con mucha más fuerza en aquellos países que habían perdido la guerra y sufrían la humillación del Tratado de Versalles, como Austria y, sobre todo, Alemania. Pero para hablar del auge de los totalitarismos, hay que irse a Italia. Tras la guerra, los italianos se llevaron un buen chasco. A pesar de haber sufrido dos millones de bajas en combate y algunas victorias importantes, en el reparto aliado apenas le tocó nada. El único territorio adquirido fue el Trentino. Por ello, el orgullo nacional italiano estaba por los suelos y la economía había quedado destrozada.
La crisis Italiana y el ascenso de Mussolini
La Gran Guerra dejó a miles de soldados italianos traumatizados, mutilados, inadaptados a su nueva vida, o directamente sin trabajo. A esto se unió una clase obrera combativa que intentaba luchar por unas mejores condiciones de vida. Esta situación generó una aterradora tensión en la burguesía y las clases pudientes, ya que temían una revolución bolchevique en Italia semejante a la de la Unión Soviética. Esta situación fue vista como una oportunidad por un hombre ultranacionalista, Benito Mussolini.
Mussolini era un socialista desencantado que ponía el culto a su país por encima de todo, no rechazaba la violencia y creía en la fuerza como la manera más efectiva de imponer el orden. Desde un principio, Mussolini tuvo claro cuál era el enemigo a combatir: el socialismo y el marxismo. Mussolini se ganó el favor de la burguesía y de las clases altas del país, ya que le veían como la herramienta más efectiva para contener a los obreros más recalcitrantes. Tan solo un año después de acabar la Primera Guerra Mundial, Mussolini fundó los Fasci Italiani di Combattimento, una milicia encargada de emplear todo tipo de violencia contra sectores y dirigentes izquierdistas italianos. En 1921, estos grupos crearon su propio partido político, el Partido Nacional Fascista, cuyo presidente y líder era Mussolini.
La marcha sobre Roma y el control fascista
El Partido Nacional Fascista tenía sus propias milicias conocidas como las Camisas Negras que actuaban con una violencia inusitada contra socialistas y comunistas. En agosto de 1922, envalentonados por unos buenos resultados electorales, los fascistas boicotearon una huelga general organizada por el Partido Socialista. En ella, los seguidores de Mussolini fueron capaces de sustituir a los huelguistas en su labor diaria. Este boicot convenció a muchos sectores de la patronal italiana para alinearse con el Partido Nacional Fascista. En octubre de 1922, Mussolini y más de 30,000 Camisas Negras llevaron a cabo la famosa Marcha sobre Roma, tras la cual Mussolini tomó el poder convirtiéndose en primer ministro, con el beneplácito del rey Víctor Manuel III.
Mussolini salió como gran vencedor de las elecciones de 1924, marcadas por las presiones violentas de las Camisas Negras contra civiles y opositores. En enero de 1925, Italia se convirtió de facto en una dictadura al asumir Mussolini la responsabilidad de la violencia perpetrada por las Camisas Negras, que pasaron a integrarse en la policía italiana. Así es como Italia pasó de ser una democracia cuya principal amenaza era la revolución comunista a ser la dictadura fascista de referencia.
El auge del nazismo en Alemania
Tras la Primera Guerra Mundial, Alemania estaba humillada y destrozada. Las duras condiciones del Tratado de Versalles estaban ahogando la economía alemana. Un levantamiento socialista había forzado al Káiser a abdicar y Alemania se había convertido en la República de Weimar. Esta República vivió una gran inestabilidad social, política y económica. La joven República de Weimar estaba obligada a pagar costosísimas reparaciones de guerra a los países vencedores. Además, Alemania tenía que incrementar su gasto público, ya que tras la guerra, la producción del país estaba por los suelos.
La crisis económica y la hiperinflación alemana
Ante esta situación, Alemania emitió más dinero para hacer frente a sus deudas, resultando en una gran hiperinflación que llevó al marco alemán a no valer nada. Esto significó que muchas familias perdieran de golpe todos sus ahorros. Esto causó un clima supertóxico en Alemania, más acentuado que en Italia. Además de la precaria situación económica, el orgullo nacional estaba herido y pisoteado por el Tratado de Versalles. En la Alemania de la posguerra, multitud de personas de todas las ideologías conspiraban para hacerse con el poder.
Una de estas personas fue Adolf Hitler. Hitler era un ultranacionalista que se enroló en el ejército alemán durante la guerra. Tras la Primera Guerra Mundial, continuó sirviendo en el ejército en labores de inteligencia. Su misión era investigar a compañeros u organizaciones comunistas. Esto provocó que sus jefes le enviaran a investigar al Partido Obrero Alemán, un pequeño partido nacionalista. Hitler comenzó a asistir a mítines y debates del partido hasta que ingresó en él. En abril de 1920, el Partido Obrero Alemán cambió su nombre a Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán y sus adeptos comenzaron a crecer. El partido comenzó a organizar una estructura paramilitar conocida como las Tropas de Asalto o SA.
La consolidación del poder de Hitler
En 1923, Hitler irrumpió en una cervecería de Múnich proclamando la revolución y su intención de tomar el poder en Alemania. Fue arrestado y condenado a cinco años de prisión, de los que cumplió solo nueve meses. Durante su estancia en la cárcel, Hitler comenzó a escribir Mein Kampf, en el que detalla todos sus planes y visión para Alemania. Al salir de la cárcel, Hitler reorganizó el Partido Nazi y reafirmó su liderazgo.
Entre 1924 y 1925, la situación de Alemania mejoró. Alemania estabilizó su economía gracias al Plan Dawes, que consistía en otorgar grandes créditos para restablecer su industria. Sin embargo, el crack del 29 volvió a poner a Alemania al borde de la bancarrota. En 1933, la República de Weimar fue desmantelada y comenzó una nueva etapa para Alemania: el Tercer Reich. El Partido Nazi, liderado por Hitler, se convirtió en el partido más votado en las elecciones de 1932.
Hitler prohibió la libertad de expresión, reunión y prensa. En 1934, asumió el puesto de Presidente de la República tras la muerte del presidente Hindenburg. El régimen nazi desplegó una de sus mayores armas: la propaganda. En 1935, se aprobaron las Leyes de Núremberg, que privaban de la nacionalidad alemana a los judíos y prohibían el matrimonio y relaciones sexuales entre judíos y alemanes.
En 1939, Hitler estaba decidido a expandir el Tercer Reich. Lanzó un ultimátum a Polonia: Danzig o la guerra. La época de paz en el Tercer Reich había llegado a su fin, marcando el inicio de la Segunda Guerra Mundial.