Los humanos estamos por todos lados, somos una plaga. Te puedes encontrar gente en el Amazonas, en el Sáhara, en el Himalaya o en islas perdidas en medio del océano. Y aunque todos somos de la especie Homo sapiens, nuestro físico cambia según la parte del mundo donde vivimos. Y esto se ha asociado a que el ser humano tiene distintas razas. Pero, ¿realmente los humanos tenemos razas? ¡Bienvenidos a Memorias de Dolly! Muchos vendréis de Memorias de Pez, así que, como ya os hemos dicho, aquí vamos a profundizar en el tema de las razas y la eugenesia desde una perspectiva científica. ¡Esperamos que os guste!
Especie vs. raza
Lo primero de todo, hay que tener claro que especie y raza no es lo mismo. La taxonomía es la ciencia que clasifica a los seres vivos en diferentes categorías jerárquicas y su unidad básica es la especie. Aunque en la naturaleza los límites siempre son un poco difusos, podemos definir a una especie como un conjunto de seres vivos que cuentan con unas mismas características, que les hacen posible reproducirse entre ellos y tener una descendencia fértil. Como hemos dicho antes, el nombre científico de nuestra especie es Homo sapiens, mientras que la de un tigre es Panthera tigris.
Tradicionalmente, el término raza se ha usado para describir y clasificar animales domésticos. Seguro que has oído hablar de distintas razas de ovejas o gatos, pero nos extrañaría mucho que conocieses distintas razas de pingüinos. Por ejemplo, las razas de perros son producto de la selección artificial de los antiguos lobos salvajes que los seres humanos domesticaron tras miles de años de crianza. Así, las personas criaron perros con características físicas y de comportamiento diferentes con el objetivo de usarlos en distintas tareas como guardianes, cacería, pastoreo o simplemente compañía. De ahí que existan galgos, chihuahuas o pastores alemanes. Pero las razas tienen únicamente un valor descriptivo y, científicamente, todos estos perros pertenecen a una misma especie, son Canis lupus familiaris.
Pero llegó un punto en nuestra historia en el que pasamos de usar raza para diferenciar a vacas a hacerlo con las personas. La raza es una construcción social que se utiliza para dividir a las poblaciones humanas en grupos, con frecuencia en función de su aspecto físico, factores sociales y antecedentes culturales. SPOILER: esta falsa idea en la que nos han educado durante más de dos siglos se creó para excluir a unos con el objetivo de que otros pudieran dominar.
ADN y variantes genéticas
Esto es el ADN. Y aquí están los genes, que contienen la información que determinan nuestro aspecto y características. Esta información se transmite de padres a hijos, motivo por el cual te pareces físicamente más a tu padre que al vecino del tercero.
Lo que es importante saber es que las diferencias que observamos entre personas no se deben a que tengamos distintos genes. Los genes son los mismos. Pero hay distintas variantes de ellos. Por ejemplo, el color de nuestros ojos está determinado por más de un gen. Dependiendo de las variantes de esos genes que te toquen los tendrás más claros u oscuros.
Esto mismo podemos extrapolarlo a las poblaciones de humanos repartidas por todo nuestro planeta. Sus diferencias se deben a que las distintas variantes de sus genes se distribuyen con distinta frecuencia en ellas. Venga, os ponemos un ejemplo. Seguramente hayas hablado alguna vez sobre si tu grupo sanguíneo es de tipo A, B, AB u O. Que tu sangre sea de un tipo u otro viene determinado por un gen y, como hemos dicho, sus variantes se distribuyen en distintas frecuencias por nuestro planeta. Es decir, en Noruega es más probable que una persona sea del tipo A que en India, donde la frecuencia del tipo B es más común.
Color de piel y melanina
Vamos a hablar de la característica favorita del racista promedio: Por supuesto nos referimos al color de nuestra piel. Al igual que el color de los ojos, este rasgo viene determinado por un conjunto de genes. Entre otros factores, dependiendo de las variantes de estos genes, tu cuerpo producirá más o menos cantidad de varios tipos de pigmentos que se llaman melaninas. La melanina es lo que da los distintos tonos de color a la piel. Lógicamente el color de la piel tiene una función biológica, y es que la melanina sirve como protección contra la radiación solar.
Por su localización geográfica, en la parte central de África el sol pega mucho más que en otras zonas, por eso la gente de allí tiene un tono de piel muy oscuro. Todo apunta a que nuestra especie surgió allí, en África, y que en una serie de movimientos migratorios, el Homo sapiens se repartió por el mundo. Y claro, comenzaron a vivir en zonas en las que no era tan necesario protegerse de la radiación ultravioleta, y si no que se lo digan a un noruego en diciembre. Esto quiere decir que tener tanta cantidad de melanina en la piel ya no era tan útil, o incluso contraproducente. De esta forma, se fueron adquiriendo mutaciones que disminuyeron la cantidad de pigmento en nuestra piel.
Y ahora viene la pregunta del millón. Un indio, una nigeriana y un aborigen australiano pueden tener el mismo grado de pigmentación en la piel. ¿Pero qué sentido tiene incluirlos a todos en una supuesta raza negra? ¿Qué grado de color hay que tener para ser de una raza u otra? ¿Y si hubiéramos elegido otro rasgo físico para hacer esa distinción, como por ejemplo la altura o la capacidad de hacer el saludo vulcano de Star Trek? Como veis, biológicamente tiene poco sentido.
Entonces, ¿de dónde salió eso de dividir en razas a los seres humanos? Acompáñanos a un apasionante viaje a través del racismo científico de los últimos siglos. Llamamos racismo científico al conjunto de teorías científicas que sirvieron para fundamentar la existencia de diferentes “razas humanas”, justificando que se pudieran ordenar jerárquicamente entre supuestas razas inferiores y superiores.
Racismo en el siglo XVIII
El concepto se incorporó a las ciencias en el siglo XVIII. Ya sabéis, por supuesto siempre con un mismo punto en común: la total convicción de la superioridad del pueblo europeo frente a los demás y blah blah blah. Para ponernos un poco en contexto, en esa época en Europa estaban locos por ordenar el mundo. Con la exploración de nuevos territorios, había llegado de sopetón una gran cantidad de conocimiento sobre la diversidad de seres vivos en nuestro planeta y de alguna manera había que clasificarlos. Por supuesto, también se había contactado con nuevos pueblos con otras culturas y religiones y claro, de alguna manera había que justificar su inferioridad a medida que la esclavitud se extendía por las colonias europeas. Eso de tratar como a una mula a un igual pues está un poco feo, pero si te las ingenias para justificar que alguien es claramente inferior quizás no es tan horrible.
Por poner un ejemplo del pensamiento en estos tiempos, este es Carlos Linneo, uno de los grandes científicos de la historia. Dedicó todo su trabajo a construir una clasificación de los seres vivos. Su trabajo fue tan importante que esta clasificación es la que se usa en la actualidad. Ya que estaba con la movida de clasificar a lo loco los animales y plantas, también se le ocurrió dividir a la especie Homo sapiens, o sea nosotros, en cuatro grupos según características físicas y de comportamiento: Americanus, Asiaticus, Africanus y Europaeus.
Para él, los africanos eran negros y apáticos, labios gruesos, mujeres sin vergüenza que amamantan en exceso, astutos, perezosos, negligentes, con el cuerpo frotado con aceite o grasa y caprichosos. ¿Y los europeos? Pues eran blancos, temperamentales y musculosos, ojos azules, amables, dotados de facilidad para inventar y gobernados por las leyes. En esta época se pensaba que las características físicas de cada supuesta raza humana estaban relacionadas con su inteligencia y cultura. Y que era algo fijo, que no podía cambiar, y que se heredaba de padres a hijos.
Racismo en el siglo XIX
Vale, la ciencia de las razas había nacido en Europa pero a principios del siglo XIX hubo otros que se unieron a la fiesta y desempeñaron una función muy activa en su desarrollo. Nos referimos a los científicos norteamericanos y sus extensas explicaciones sobre la superioridad racial de los blancos. Aquí podemos destacar a Samuel George Morton, médico y en sus ratos libres coleccionista de cadáveres. Fue un ardiente defensor del poligenismo. Vamos, que algunas razas humanas eran superiores ya de base porque tienen un origen separado, es decir que provienen de distintos linajes. Este buen hombre se pegó un montón de años midiendo cráneos de personas de todo el mundo para acabar concluyendo que los blancos eran más inteligentes que los negros porque tenían más capacidad craneal, es decir, la cabeza más gorda. Igualito que Di Caprio en la peli de Django. Puede parecer una broma, pero sus trabajos y otros similares fueron la base de más de un siglo de estudios sobre la inteligencia y la raza y no fueron totalmente desmentidos científicamente hasta mucho tiempo después. A pesar de que no tenían ni pies ni cabeza. Bueno, cabeza sí. Así que lo sentimos, que tengas un cabezón no te hace más listo.
A lo largo del siglo XX pasamos de ser racistas únicamente por rasgos físicos, como el color de la piel o el tamaño de tu cabeza a un racismo mucho más sofisticado. Aquí se empezó a hablar de los genes y claro, ahora las diferencias raciales de apariencia y comportamiento se podían explicar por diferencias ocultas que se heredan de padres a hijos.
Uno de los principales supuestos de las teorías racistas era la necesidad de separar a las poblaciones para mantener una supuesta “pureza de razas”. Claro, las razas superiores no podían contaminarse con los genes y las costumbres de las inferiores, qué escándalo. Aquí es cuando nace la eugenesia, un movimiento que tenía como objetivo favorecer a los linajes de sangre más adecuados. Vamos, que al igual que con los animales de granja, el ser humano podía cruzarse para fomentar que se mantuvieran las mejores características. ¿Y cuáles eran esas características más favorables? Aaaamigos, no creo que haga falta que respondamos a esa pregunta.
Eugenesia positiva y negativa
Esto podría lograrse de dos maneras: a través de una eugenesia positiva, donde se alentaba a determinados grupos de personas a cruzarse entre sí, o, por supuesto, con una eugenesia negativa. Vamos, denegar a individuos su derecho a reproducirse. En muchos países se realizaron decenas de miles de esterilizaciones forzadas cuyo objetivo era deshacerse de los colectivos considerados inferiores o simplemente más débiles. Los motivos eran muy variados: ser indígena o afroamericano, personas con diversidad funcional o con enfermedades crónicas como sordos, ciegos, epilépticos o físicamente deformes, o simplemente como lucha contra la pobreza, la vagancia o la criminalidad.
Por supuesto, tenemos que hacer una mención especial a la Alemania nazi y a la raza superior que pretendían preservar fuera como fuera: la raza aria. Obviamente la raza aria no tiene ningún tipo de fundamento científico. Aquí se produjo uno de los episodios más negros de la humanidad: el intento de exterminar por completo a los judíos y otros colectivos como los gitanos o los homosexuales, que produjo la muerte de millones de personas en los campos de concentración y exterminio.
Fin del racismo científico
Seguimos en el siglo XX, y con el paso de las décadas se fueron refutando las teorías simplistas de los eugenistas y otros estudios de las razas. Empezamos a entender las razas humanas como poblaciones que son dinámicas y no fijas. Las diferencias entre estas poblaciones son las frecuencias con las que aparecen en ellas las distintas variantes de los genes.
Actualmente sabemos que las diferencias genéticas entre individuos de una misma población son, a menudo, mayores que las diferencias medias que existen entre distintas poblaciones. Es decir, dos personas de la mal llamada ‘raza negra’ pueden ser mucho más diversas entre sí que respecto a otra de origen caucásico.
Una cosa es clasificar por razas a los seres humanos y otra negar que entre nosotros no haya una diversidad genética. Por ejemplo, distintas poblaciones repartidas por nuestro planeta, en los que estamos incluidos muchos europeos, tenemos la capacidad de digerir la lactosa de la leche cuando somos adultos. En los bajau, un pueblo indígena de Indonesia, se ha aumentado el tamaño del bazo para adaptarse al buceo libre a profundidades de más de 70 metros. Los inuit toleran el frío mejor que otras poblaciones.
Hay un amplio consenso en la comunidad científica: en términos biológicos, la distinción de razas humanas no tiene sentido. Aun así, hay quien sostiene que el concepto de raza tiene cierta utilidad en campos como en el de la biomedicina, por ejemplo para conocer la propensión a padecer ciertas enfermedades. Pero sigue existiendo el gran problema, las razas son constructos sociales que siempre se han utilizado con fines ideológicos y es muy complicado usar el término sin esa connotación negativa.