La historia de Ruanda está marcada por conflictos étnicos y políticos que tienen sus raíces en la colonización europea. Desde su independencia de Bélgica en 1961, las tensiones entre los grupos étnicos hutus y tutsis han sido constantes, agravadas por un sistema de castas impuesto por los colonizadores alemanes y luego belgas, que otorgó privilegios significativos a los tutsis sobre los hutus. Esta división se formalizó aún más cuando Bélgica introdujo un carné étnico en 1934 para diferenciar a los dos grupos.
Al alcanzar la independencia, un referéndum respaldado por la ONU resultó en la abolición de la monarquía tutsi y el establecimiento de una república dominada por hutus, bajo la presidencia de Grégoire Kayibanda. Este cambio político provocó el exilio de muchos tutsis, quienes comenzaron a organizarse militarmente en países vecinos para recuperar el poder en Ruanda.
La matanza de los hutus y el golpe de estado del 73
La primera década de independencia mostró un progreso económico y una convivencia relativamente pacífica, pero la situación empeoró en los años 70, especialmente cuando en la vecina Burundi, los tutsis mataron a aproximadamente 350.000 hutus. A pesar de la presión de su población, Kayibanda se negó a adoptar políticas agresivas contra los tutsis. Sin embargo, la corrupción y la insatisfacción popular llevaron a un golpe de estado en 1973, instaurando al general Habyarimana, también hutu, en el poder.
El gobierno de Habyarimana intentó mantener la coexistencia pacífica, pero cometió errores graves, como no combatir la corrupción y depender excesivamente del café, lo que dejó al país vulnerable a las fluctuaciones del mercado. La caída de los precios del café en 1989 devastó la economía, llevando a hambrunas e hiperinflación.
La situación empeoró cuando el Frente Patriótico Ruandés (FPR), compuesto principalmente por tutsis exiliados, comenzó campañas militares en 1990 para derrocar a Habyarimana. Presionado por la comunidad internacional, Habyarimana firmó los Acuerdos de Arusha en 1993, comprometiéndose a formar un gobierno de unidad nacional. Sin embargo, el asesinato de Habyarimana y el presidente de Burundi en 1994, en un ataque no esclarecido, desató una ola de violencia extrema.
El genocidio de los hutus
Tras el asesinato, los extremistas hutus, aprovechando el vacío de poder y la retirada de los cascos azules de la ONU, iniciaron un genocidio. La radio “Radio Télévision Libre des Mille Collines” jugó un papel determinante al incitar al odio y la violencia contra los tutsis y hutus moderados, lo que resultó en la masacre sistemática de entre 500.000 y 1.000.000 de personas en solo tres meses. Además, se cometieron violaciones masivas, a menudo forzadas en un contexto de propagación deliberada del VIH.
La comunidad internacional, incluyendo a Francia y a las fuerzas de la ONU, fue criticada por su respuesta inadecuada y tardía. El genocidio solo terminó cuando el FPR, liderado por Paul Kagame, tomó control de la capital y forzó al gobierno extremista hutu al exilio.
Posteriormente, Ruanda experimentó un periodo de estabilidad y crecimiento bajo la presidencia de Kagame, aunque su gobierno ha sido criticado por prácticas autoritarias y falta de transparencia electoral. A pesar de los avances en seguridad y desarrollo, las heridas del genocidio y las tensiones étnicas siguen siendo notables en Ruanda.