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Memorias de Pez » La historia del Imperio Portugués

La historia del Imperio Portugués

Por Paula Pérez Calvo
9 de junio de 2025 a las 19:34
en Historia
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La historia del Imperio Portugués

El Imperio Portugués es el imperio colonial europeo más longevo. Desde su auge en el  siglo XV hasta su declive en el siglo XX, Portugal construyó un imperio que, gracias a la intrépida navegación, la creación de rutas comerciales estratégicas y la imparable sed de conquista, llegó a todos los continentes del mundo. Hoy, en Memorias de pez os vamos a contar la historia del Imperio Portugués.

Pero, ¿cómo surgió tal ambicioso proyecto? Retrocedemos a finales de la Edad Media, a la Europa Occidental. Un continente ansioso por conseguir las exóticas mercancías de Oriente, pero que estaba limitado por las rutas comerciales terrestres que estaban dominadas por las repúblicas italianas de Venecia y Génova. Portugal, con su ubicación geográfica privilegiada en la costa atlántica, se encontraba en una posición ideal para desafiar este monopolio. ¿Su propósito? abrir rutas marítimas alternativas que les permitieran acceder directamente a las especias, la seda y otros tesoros de Asia, eludiendo a los intermediarios y, de paso, amasar una fortuna como nunca antes se había visto.

En este contexto, apareció la figura del Infante Enrique, apodado «el Navegante». Aunque irónicamente no participó directamente en la navegación. Su grandeza no estuvo en el timón, sino en su visión estratégica y su apoyo a la exploración. Fundó una escuela de navegación en Sagres, donde genios de la cartografía, la astronomía y la construcción naval desarrollaron nuevas tecnologías que revolucionaron la navegación. Y… así nació la carabela, un barco ágil y resistente que permitió a los portugueses aventurarse más allá de lo inimaginable. El primer gran paso llegó en 1415, cuando los portugueses conquistaron Ceuta, un enclave estratégico que se encuentra en el norte de África. Más que una simple adquisición territorial, Ceuta representó una declaración de intenciones, un símbolo del ambicioso proyecto de Portugal de proyectar su poder más allá de sus fronteras. Luego llegaron el descubrimiento y la colonización de las islas de Madeira en 1419 y las Azores en 1427, que proporcionaron a Portugal no sólo valiosos recursos, como madera y azúcar, sino también bases estratégicas importantísimas para continuar su avance a lo largo de la costa africana. 

Sin freno, los portugueses se adentraron en el continente africano, explorando y cartografiando la costa occidental de África. Ocuparon los territorios del Sahara Occidental, Mauritania, Senegal y Guinea-Bissau, sometiendo o incorporando como aliados a los pequeños estados islámicos. Y, a lo largo del siglo XV, establecieron una serie de factorías comerciales fortificadas en Senegal, Gambia, Guinea y Cabo Verde. Estos puestos comerciales se convirtieron en centros de comercio de oro, marfil y, lamentablemente, esclavos. Y es que el comercio de esclavos, inicialmente limitado a cautivos de guerra, se convirtió rápidamente en una fuente lucrativa y despiadada para el sistema comercial portugués, con consecuencias devastadoras para las poblaciones africanas.

No. La expansión portuguesa no pasó desapercibida para los reinos de la época, sobre todo para el reino de Castilla, que también tenía ambiciones sobre los territorios recién descubiertos. Y es que, en 1492 habían llegado a las “Indias”. Así que, en 1494, España y Portugal, conscientes de la posibilidad de conflicto por sus exploraciones, firmaron el Tratado de Tordesillas. Este acuerdo, mediado por el Papa, dividió el mundo conocido en dos esferas de influencia. A través de una línea imaginaria trazada a 370 leguas al oeste de las Islas Azores y Cabo Verde, Portugal obtuvo el control sobre las tierras al este de la línea, lo que incluía Brasil, África y Asia. Por su parte, la corona de Castilla se quedó con las tierras al oeste, que abarcarían gran parte de América. Sin embargo, en 1529 se realizó una modificación, el Tratado de Zaragoza, que ajustó la línea divisoria hacia el este, esta vez estableciendo una nueva línea de demarcación en el Pacífico, debido a los nuevos descubrimientos españoles en Asia. Así, se aclararon las zonas de influencia en el sudeste asiático y el Pacífico, especialmente sobre las islas Filipinas. 

Después del Tratado de Tordesillas y del avance de los portugueses en África… ¡BOOM! El año 1498 se convirtió en un hito mundial. Vasco da Gama, un navegante y explorador, tras una difícil y complicada travesía, logró rodear el Cabo de Buena Esperanza y llegar a Calicut, en la India. Fue un logro importantísimo que rompió el control de las rutas terrestres tradicionales y abrió una ruta marítima directa hacia Asia. Y este suceso catapultó a Portugal hacia una era de prosperidad y poder.

Con la ruta marítima a la India asegurada, Portugal se propuso establecer un vasto imperio comercial en Asia. Bajo el liderazgo de figuras como Alfonso de Albuquerque, los portugueses conquistaron puntos estratégicos clave. En 1510, Goa fue capturada y transformada en la capital del Imperio Portugués en Oriente. Al año siguiente, la toma de Malaca, un importante puerto comercial en el estrecho del mismo nombre, les dio el control sobre el flujo de especias hacia Europa. En 1515, el control de Hormuz, situado en la entrada del Golfo Pérsico, les permitió dominar las rutas comerciales hacia Persia y Arabia. Y en 1557, el establecimiento de un puesto comercial en Macao, en la costa de China, les abrió las puertas al lucrativo mercado chino.

Vámonos un poco atrás en el tiempo. Mientras todo eso sucedía en Asía, al otro lado del mundo, en 1500, Pedro Álvares Cabral, otro navegante y explorador, desembarcó en la costa de Brasil, reclamando el territorio para Portugal. Al principio, Portugal no mostraba mucho interés en Brasil, más allá de su valiosa madera para producir tinte rojo. Pero pronto el potencial agrícola de Brasil fue evidente. Portugal desarrolló plantaciones de azúcar y explotó el trabajo esclavo africano, lo que convirtió al azúcar en la nueva fuente de riqueza para el imperio.

El siglo XVI fue el «Siglo de Oro» del Imperio Portugués, más que nada porque fue una era de prosperidad inigualable. Repasemos: a lo largo de este siglo, Portugal logró el control de Ceilán (ahora Sri Lanka), la India, Malasia, Timor Oriental, Macao, la Isla de Taiwán (a la que llamaron Formosa), Mozambique y Angola, las Molucas y tuvieron presencia hasta en Nagasaki, en Japón. Pero no todo era un camino dorado. La dependencia de la esclavitud se incrementó y la competencia con otras potencias europeas aumentó.

En 1580, una crisis sucesoria introdujo a Portugal en una profunda incertidumbre política. Sebastián I de Portugal había muerto sin dejar un heredero, lo que provocó una lucha por la sucesión al trono. El siguiente en la línea de sucesión era el cardenal Henrique, pero también falleció. Felipe II de España, que era nieto del rey Manuel I de Portugal a través de su madre, Isabel de Portugal, aprovechó la oportunidad de reclamar el trono. Tras un conflicto armado en el que la corona española se llevó el gato al agua, se unieron las dos coronas ibéricas bajo su cetro. Este período, conocido como la Unión Ibérica, duró sesenta años y tuvo consecuencias importantes para el Imperio Portugués. Una de ellas fue que esta Unión Ibérica expuso las posesiones portuguesas a los ataques de los enemigos de España, en particular de Holanda e Inglaterra, que buscaban desafiar el dominio hispano-portugués en los mares. Los holandeses, en particular, lanzaron una serie de audaces incursiones contra las posesiones portuguesas en Asia, arrebatándoles Malaca, Ceilán y otras plazas fuertes estratégicas. 

Unión Ibérica bajo Felipe II.

En 1640, un grupo de nobles portugueses, ya cansados de los españoles, lideró una rebelión exitosa que restauró la independencia de Portugal y puso fin a la Unión Ibérica. Sin embargo, el imperio nunca volvió a ser lo que era. Tras la restauración, Portugal tuvo que reconstruir su economía y recuperar sus posesiones perdidas. Se priorizó la recuperación de Brasil, que se había convertido en la colonia más valiosa del imperio. Pero el resto de territorios, salvo Macao y Timor Oriental, no se recuperaron. 

Aparte de lo que ya os hemos comentado, otro suceso importante ocurrió en el siglo XVIII. Y es que se firmó en 1703 el Tratado de Methuen con Inglaterra. Este tratado otorgó ventajas comerciales a los vinos portugueses a cambio de la preferencia para los textiles ingleses en Portugal, lo que les aseguró ingresos constantes pero también un aumento de la dependencia económica con Inglaterra. Si lo mencionamos es porque, poco a poco, la posición de Portugal se fue debilitando cada vez más.

A principios del siglo XIX, las Guerras Napoleónicas trastornaron el orden político europeo. En 1807, las tropas francesas invadieron Portugal, y la familia real se vio obligada a huir y trasladarse a Brasil. Se instalaron en Río de Janeiro dando lugar a la formación del Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve en 1815. Tras la derrota de Napoleón en Europa, el rey Juan VI regresó a Portugal, pero su hijo, Pedro I de Braganza, permaneció en Brasil. Y ¿qué hizo Pedro? Pues declaró la independencia de Brasil y se proclamó emperador. La pérdida de Brasil representó un golpe devastador para Portugal, que perdió su colonia más valiosa.

A finales del siglo XIX, las potencias europeas se lanzaron a una carrera desenfrenada por la conquista de África. Portugal, decidida a no quedarse atrás, se esforzó por consolidar sus posesiones ya existentes en Angola y Mozambique y expandirse hacia el interior del continente. Sin embargo, sus ambiciones chocaron con los intereses de otras potencias europeas, en particular de Inglaterra. En 1890, Inglaterra emitió un ultimátum a Portugal, exigiéndole que retirara sus tropas de una zona disputada entre Angola y Mozambique. Portugal, debilitada económicamente y militarmente, se vio obligada a ceder ante la presión británica, lo que generó un profundo sentimiento de humillación nacional.

Las cosas solo se complicaron más para Portugal. En 1912 se abolió la monarquía portuguesa. Básicamente, en el siglo XX, Portugal vivió una larga y dolorosa dictadura, conocida como el Estado Novo, bajo el liderazgo de António de Oliveira Salazar. El régimen de Salazar se aferró con uñas y dientes a las colonias africanas, considerándolas una parte integral de la identidad nacional portuguesa. Pero las guerras de independencia estallaron en Angola, Mozambique y Guinea-Bissau en los años 60, desgastando al país. En 1974, el golpe de la Revolución de los Claveles derrocó la dictadura, y el nuevo gobierno portugués, liderado por militares progresistas, negoció la independencia de sus colonias africanas. En 1975, Angola, Mozambique, Guinea-Bissau, Timor, Cabo Verde y Santo Tomé y Príncipe obtuvieron la independencia. Finalmente, en 1999, Macao fue devuelto a China, marcando el fin definitivo del Imperio Portugués.

El Imperio Portugués, que una vez dominó los mares y controló vastos territorios en todo el mundo, llegó a su fin en el siglo XX. Aunque el imperio se disolvió, las relaciones entre Portugal y sus antiguas colonias siguen siendo importantes hasta el día de hoy, basadas en la cooperación cultural, económica y política. 

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