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Memorias de Pez » ¿Pueden EE.UU. y RUSIA convertirse en aliados?

¿Pueden EE.UU. y RUSIA convertirse en aliados?

Por Paula Pérez Calvo
9 de junio de 2025 a las 21:27
en Geopolítica
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¿Pueden EE.UU. y RUSIA convertirse en aliados?

¿Pueden Rusia y Estados Unidos ser aliados? Hablamos de dos de las potencias más importantes en el tablero geopolítico y desde el siglo XX la relación entre ambas parecía estar bastante clara. Sin embargo, lejos quedan ya momentos como la crisis de los misiles de Cuba o incluso los años de Biden y su relación con Ucrania. Con la llegada de Trump hoy los guerreros fríos parecen ahora apuntar a otros objetivos. Hoy en Memorias de Pez hablamos de pasado, de presente y el futuro de las relaciones entre Estados Unidos y Rusia.

Antes de meternos de lleno en cómo están ahora mismo las relaciones entre ambos países, es necesario hacer una pequeña recapitulación de cómo han sido hasta ahora. Tranquilidad, que no te voy a volver a contar la Guerra Fría, que eso ya te lo conoces bien. Vamos a situarnos en los 90, concretamente en 1991, cuando tras la caída de la Unión Soviética, ambos países comienzan un leve acercamiento. Esta primera etapa está caracterizada por la cooperación y el optimismo posguerra fría con Washington buscando en Moscú por primera vez a un aliado. Momentos de acercamiento como el tratado de reducción de arsenales nucleares de 1994 dieron paso al inicio de las tensiones entre ambos países a finales de la década. A Estados Unidos no le hacía mucha gracia la intervención de su nuevo potencial aliado en la guerra de Chechenia. A Rusia, por su parte, le sentó regular que se ampliase la OTAN para incluir a países de su órbita. Este es el panorama con el que Putin llega al poder en 1999. Y aunque la cosa estaba tensa, Rusia apoyó a Estados Unidos tras el 11S, dejando que las tropas estadounidenses atravesaran Rusia para llegar a Afganistán.

La cosa fue cuesta abajo entre ambas potencias. A partir de ahí, con la condena por parte de Rusia de la guerra de Irak en 2003 y el apoyo de Estados Unidos a movimientos democráticos en antiguos estados soviéticos como en Ucrania o Georgia. De hecho, la invasión rusa de Georgia en 2008 hizo saltar todas las alarmas en Washington. Sin embargo, Obama y Mbedev, títere de Putin y presidente de Rusia entre 2008 y 2012, intentaron volver a normalizar las relaciones con movimientos como la llegada de Rusia a la Organización Mundial del Comercio. Pero todo este acercamiento aparente queda de nuevo en nada con la vuelta de Putin al primer plano en el año 2012, que marca el inicio de una nueva etapa de altísima tensión que era la norma hasta ahora.

En 2014, Rusia se anexiona a Crimea y Estados Unidos lo condena tajantemente, al igual que su intervención militar en Siria en 2015. En 2016, la inteligencia estadounidense acusa a Rusia de injerencia electoral. Llegamos así a 2022, a la última etapa en la que tras la invasión de Ucrania y la retirada de Rusia del Tratado de no proliferación nuclear, las relaciones entre ambos países estaban en el punto de mayor tensión desde la Guerra Fría. Pero bueno, con todo esto en mente, ¿cómo puede ser que se diga de repente que Trump y Putin tienen cierta sintonía?

A ver, de repente, de repente, algo parecido a esto se viene escuchando desde el primer mandato de Trump en 2016. Y es que ya desde 2018, cuando se celebró la cumbre de Helsinki, vimos un acercamiento entre Putin y Trump, donde este último se puso del lado del Kremlin ante las acusaciones de injerencia electoral que te contaba antes. Sin embargo, pese a esta cercanía personal, la administración Trump tuvo el comportamiento esperable con Rusia, condenando las ambiciones imperialistas de Putin e imponiendo sanciones de manera acorde.

Pero a pesar de esta aparente dureza en su primer mandato, la realidad es que Trump tiene motivos personales para estar a buenas con Rusia, país que le entregó la orden de la amistad en 2013. Donald Trump llevaba explorando oportunidades de negocio en Rusia desde 1986 con la intención de construir un hotel de lujo en Moscú. A pesar de múltiples visitas en los años 90 y 2000, sus proyectos no se concretaron debido a problemas legales. Sin embargo, las inversiones rusas en propiedades con la marca Trump en Estados Unidos aumentaron con millones gastados en apartamentos de lujo en Florida. En los 2000, Trump se asoció con Byrock Group, dirigido por el ruso Félix Satter para desarrollar bienes raíces en Moscú. Pero al final ese tema fracasó.

Desde 2016 son conocidas ciertas uniones entre el presidente y algunos oligarcas rusos, incluso antes de ser elegido como candidato. Fue en este momento en el que se puso sobre la mesa la posibilidad de construir una torre Trump en Moscú. Michael Cohen, abogado de Trump en ese momento, confesó en 2018 haber mentido sobre el alcance de las negociaciones de ese proyecto. Durante la campaña de 2016, el propio hijo de Donald Trump, Donald Trump Jr., se reunió con un abogado asociado al Kremlin para discutir estrategias contra Hillary Clinton. Sobre este momento también se filtraron ciertos documentos clasificados del Kremlin en los que se puede ver que Moscú consideraba que una victoria de Trump sería de gran interés para Rusia.

Esta es una de las teorías más extendidas en ciertos círculos para explicar el acercamiento entre Rusia y Estados Unidos con Trump en la presidencia. Sin embargo, la administración de Estados Unidos durante el primer mandato de Trump en general se comportó con la distancia esperada a pesar de la cercanía entre Trump y Putin. Pero esto parece haber cambiado. La razón de este giro tenemos que ubicarla dentro de una serie de modificaciones en este segundo mandato del presidente destinadas a dar más protagonismo a la visión del presidente.

Lo que más lastró a Trump en este sentido durante su primer mandato fue el control que ejerció sobre él la gente de su entorno. Y con este segundo mandato, Trump ha decidido rodearse de gente muy distinta. Ya desde los nombramientos de su gabinete hemos podido ver acercamientos al Kremlin con nombres como la directora de inteligencia nacional, Tulsy Gabard, que ha mostrado repetidamente su posición rusófila. Pero sin duda el momento fundamental que ha abierto los ojos al mundo respecto a la relación Moscú-Washington ha sido la cuestión ucraniana.

Trump llevaba toda la campaña mostrando su descontento por un conflicto en el que, según él, Estados Unidos no pintaba nada, pero nadie podía esperar lo rápido y contundente que iba a ser la presión por un desenlace que aparentemente favorece al bando ruso. Por detrás no están solo los intereses personales y económicos que unen a Trump con Rusia, sino que hay ciertos intereses comunes entre ambos países, al menos en el nuevo orden internacional que parece buscar Trump, sobre todo en torno a dos cuestiones.

Una tiene que ver con el apoyo entre los potenciales jugadores principales de una suerte de neoimperialismo en el que las anexiones de territorios por la fuerza vuelvan a estar a la orden del día. Trump ha repetido una y otra vez su deseo de anexionar Groenlandia y convertir a Canadá en el estado número 51, siguiendo el ejemplo de uno de sus héroes personales, William McKinley, el presidente estadounidense responsable de la compra de Alaska. Es por esto que este tipo de movimientos como la invasión rusa de Ucrania han dejado de sonar como barbaridades para Washington.

La otra cuestión donde se encuentran Rusia y Estados Unidos tiene que ver más con los intereses de Trump en el Ártico por sus recursos y las posibilidades que tiene como nueva ruta de transporte. El progresivo deshielo del Ártico ha abierto nuevas oportunidades económicas y estratégicas, lo que ha intensificado la competencia por su control. Rusia, con la mayor línea costera en la región, ya ha militarizado varias zonas y expandido su presencia, algo que Estados Unidos con Trump podría ver más como una oportunidad que como una amenaza.

¿Por qué? Bueno, un acuerdo con Moscú en este sentido permitiría a Washington acceder a rutas comerciales emergentes y explotar recursos sin depender de tratados internacionales que limitan su margen de maniobra. Esto, sin embargo, no haría ninguna gracia a China. Pekín se ha autodenominado un estado cercano al Ártico y lleva tiempo invirtiendo en infraestructuras en la región, buscando consolidar su influencia en las rutas comerciales emergentes. Si Washington se alinea con Moscú en este ámbito, podría generar fricciones con China, que vería amenazados sus intereses estratégicos y comerciales en una zona clave para su expansión global como es el Ártico.

Además, no podemos olvidar que Estados Unidos tiene un interés fundamental, el Océano Pacífico. Los tiempos en los que la expansión de la OTAN al este de Europa suponían una necesidad estratégica fundamental para Washington han quedado atrás. Trump sabe muy bien que el tablero de juego contra China, el nuevo competidor de los Estados Unidos, está en las aguas del Pacífico y que Rusia ya no es el enemigo principal.

Por otra parte, Trump tampoco tiene especial apego a los valores democráticos occidentales europeos. Así que, oye, si los europeos se rearman y se encargan de frenar a Rusia sin ayuda americana, mejor que mejor para Trump y para los Estados Unidos, que podrán enfocarse en su guerra con China.

En conclusión, Trump ve Moscú como una forma de legitimar una nueva política que a él le viene bien, tanto dentro como fuera de su país. De puertas para fuera se valida el imperialismo y el expansionismo como herramientas de poder en un nuevo orden mundial. De puertas para dentro se da cancha a un régimen dictatorial autocrático y eso la habilita para jugar su juego antidemocrático en Estados Unidos.

Pero a pesar de lo claro que parece todo viendo esto, la idea de una alianza entre Rusia y Estados Unidos bajo Trump también tiene ciertos obstáculos. En primer lugar, el sistema político estadounidense y su aparato de seguridad mantienen una postura tradicionalmente hostil hacia Moscú. El Congreso, independientemente de la administración de turno, ha impulsado sanciones contra Rusia y considera a Putin una amenaza para la estabilidad global. Aunque ahora Trump parece tenerlo controlado, no podemos olvidar el gran poder del Congreso estadounidense. Incluso dentro de Estados Unidos, sectores republicanos ven con preocupación una posible influencia rusa sobre Trump.

Otro tipo de dificultades tiene su origen en el ámbito comercial. A modo de ejemplo, un punto clave en las tensiones entre Rusia y Occidente ha sido la venta de gas a Europa. Históricamente, Rusia ha usado su suministro energético como herramienta de presión política, algo que Estados Unidos ha intentado contrarrestar promoviendo su propio gas natural como alternativa. Washington ha sancionado proyectos como el Nordstream 2 para debilitar la dependencia europea del gas ruso. Un acercamiento entre Trump y Putin chocaría con estos intereses, ya que debilitaría el esfuerzo estadounidense por posicionarse como el gran proveedor energético de la región.

Por otro lado, los intereses estratégicos de ambos países siguen en conflicto. Rusia busca expandir su influencia en Europa y Oriente Medio, mientras que Estados Unidos sigue comprometido con contener su avance. En este contexto, más que una alianza, esta relación parece ser una conveniencia temporal, más aún si tenemos en cuenta el contexto de lucha contra China por la hegemonía mundial.

Y la pregunta es, ¿qué opinan los aliados de cada uno, de Estados Unidos y de Rusia? El intento de la administración Trump de separar a Rusia de China parece bastante poco probable. Para que esto sucediera, Rusia tendría que superar un siglo de desconfianza con Estados Unidos, abandonar aliados clave como China, Irán o Corea del Norte y depender económicamente de Estados Unidos, algo que parece complicado. A pesar de los esfuerzos de Estados Unidos, Rusia y China reafirmaron su alianza en febrero de 2025, reflejando su compromiso mutuo y la oposición a la influencia estadounidense.

La profunda dependencia económica de Rusia hacia China hace improbable un giro hacia Estados Unidos. En 2024, China compró bienes rusos por 237,000 millones, mientras que el comercio entre Estados Unidos y Rusia apenas alcanzó los 3,500 millones. China es el principal comprador de energía rusa y ningún otro mercado, ni siquiera Europa, puede sustituirlo. Además, las alianzas de Putin, como la de Corea del Norte, son cruciales para su guerra en Ucrania. A diferencia de la estrategia de Nixon con China en 1972, el panorama actual mantiene a Rusia firmemente alineada con China.

Y si por el lado de Rusia hay que ver qué piensa China, por el lado de Estados Unidos hay que ver qué piensa de esto la OTAN, porque tampoco parece muy conforme. La OTAN nació con el propósito de conseguir la paz duradera a través de la apuesta en común de la defensa de sus socios, algo que parece hacer aguas viendo la postura de Trump con la guerra de Ucrania. Y es que aunque Ucrania no sea un miembro de la OTAN, sus fronteras están cerca de otros que sí lo son. Y si bien antes parecía seguro que un ataque sobre uno de los miembros era un ataque sobre todos, este nuevo Estados Unidos tan cercano al Kremlin no parece el socio fiable de antaño. Los esfuerzos por el rearme europeo son la señal clara de que la defensa de Estados Unidos ante un posible ataque de Rusia ha dejado de estar asegurada.

En conclusión, las relaciones entre Estados Unidos y Rusia han sido históricamente difíciles y cambiantes, oscilando entre la cooperación y la confrontación, pero con mucha más confrontación. Con el regreso de Trump, el panorama ha dado un giro inesperado con un acercamiento a Moscú que genera inquietud entre aliados tradicionales como la OTAN. Sin embargo, la influencia de China y la dependencia económica de Rusia hacen poco probable una verdadera alianza entre Washington y el Kremlin. Más que una unión estratégica, este acercamiento parece responder a intereses personales. Y es que el putinismo y el Make America Great Again tienen ciertas señas de identidad que son similares.

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