Hoy en Memorias de Pez vamos a hablar de un tema que nunca ha acaparado mucha atención ni muchos titulares, pero no por ello es menos importante. Hoy hablamos de campos de concentración, pero no, nos vamos a ir muy lejos, ni a Alemania, ni a la Unión Soviética, hoy nos quedamos en España para conocer la red de campos de concentración que Franco estableció por todo España entre 1936 y los años 60, siendo el último cerrado en 1966.


Origen y establecimiento de la red de campos
La red de campos de concentración franquista se cifra en 296 campos, por los que se calcula que pasaron entre 700.000 y 1 millón de prisioneros. Todo empezó un 19 de julio de 1936, es decir, dos días después de la sublevación. Ese día se puso en funcionamiento el primer campo de concentración cerca de Melilla, concretamente en la Alcazaba de Zeluán. Los resultados de este campo gustaron a la plana mayor sublevada y pronto abrieron otro en las afueras de Tetuán. Lo que se trataba era evitar que corresponsales extranjeros informaran de una gran cantidad de fusilamientos y de paso aligerar un poco las cárceles que no daban abasto.
Evolución y extensión de los campos de concentración
Después se replicó el modelo en Canarias y más tarde por toda la Península. En 1946, diez años después del comienzo de la Guerra Civil, todavía estaban operativos 137 campos de trabajo y 3 campos de concentración, en los que estaban acogidos 30.000 prisioneros políticos. El último campo de concentración oficial fue el de Miranda de Ebro (Burgos), que duró de 1937 a 1947.
Pero llamados de otra manera, siguieron en funcionamiento algunos campos. Fueron el de Nanclares de Oca en Álava, La Algaba en Sevilla o los de Gran Canaria y Fuerteventura que eran para prisioneros marroquíes de la guerra del Ifni. Durante el resto de la dictadura quedó algún pseudo campo de concentración como la Colonia Agrícola Penitenciaria de Tefía (Fuerteventura), en la que se encarcelaba y “reeducaba” a homosexuales y que fue el último en cerrar en 1966.
¿Cómo eran estos campos?
Bueno, pues había de dos tipos: campos de concentración temporales y campos de concentración permanentes. Un 70% de los campos eran plazas de toros, conventos, fábricas o campos deportivos que, cuando dejaron de ser campos de concentración, volvieron a ser utilizados para lo que originalmente servían.
¿Y el otro 30%? Bueno, el otro 30% eran del tipo que vemos en las películas de la Segunda Guerra Mundial. Grandes terrenos al aire libre con barracones y rodeados de alambradas bien vigiladas por centinelas.

Asesoramiento y gestión por parte de oficiales nazis
La red de campos de concentración franquistas estaba en buena parte inspirada en los campos de concentración alemanes, ya que fueron oficiales de la Gestapo los que asesoraron a los sublevados para su construcción. Entre aquellos oficiales nazis destacó especialmente Paul Winzer, jefe de la Gestapo en España y jefe durante algún tiempo del campo de concentración de Miranda de Ebro.
De hecho, hay autores que van más allá e incluso sostienen que fue Winzer el verdadero autor de toda la organización de los campos de concentración franquistas. Por otra parte, diversos recintos, como los campos de Laredo, Castro Urdiales, Santander o El Dueso, fueron gestionados inicialmente por batallones del Corpo di Truppe Volontarie, es decir, por los italianos que Mussolini había mandado a España a luchar en la Guerra Civil. Y la pregunta ahora que os haréis es:
¿A quién enviaban a estos campos?
Pues a excombatientes republicanos del Ejército Popular, las Fuerzas Aéreas y la Marina de Guerra, hasta disidentes políticos y sus familiares, indigentes, independentistas, marroquíes, homosexuales, gitanos y presos comunes. De hecho, estos últimos estaban en un escalón superior a la mayoría de los allí encerrados, trabajando de vigilantes de estos últimos. El tiempo medio que un preso pasaba en uno de estos campos de concentración era de 5 años.
Para el régimen franquista, los campos de concentración eran cosa de hombres; apenas hubo mujeres internas en estos campos. Los prisioneros se clasificaban en tres grupos: los “forajidos” o “irrecuperables”, que iban directamente a juicio en el que se les decretaba cárcel o paredón, aunque por lo general les tocaba paredón; los “hermanos forzados”, es decir, los que creían en las ideas fascistas, pero fueron obligados a combatir en el bando republicano; y los “desafectos”, que eran los que estaban del lado republicano, pero que no tenían una ideología firme y que eran “recuperables”.
Trabajo forzado y utilización de prisioneros en obras
Estos últimos son los que más poblaron estos campos, ya que no les mataban directamente y se les podía utilizar para realizar trabajos forzosos a cambio de reducciones de condena o de conmutaciones de penas de muerte. Durante la guerra estuvieron obligados a cavar trincheras y fortificar líneas, mientras que cuando acabó la guerra se les empleó principalmente para labores de reconstrucción de pueblos, trabajos en minas de sal, extracción de mercurio, construcción de carreteras y presas, y excavación de canales.
También miles de prisioneros fueron usados en la construcción de la Prisión de Carabanchel, el Valle de los Caídos, el Arco de la Victoria de Moncloa o la Academia de Infantería de Toledo. Otras obras importantes realizadas por prisioneros fueron el Canal del Bajo Guadalquivir, la Presa y Canal de Montijo en Badajoz, las líneas de ferrocarril de Zamora-La Coruña, Soria-Castejón o el directo Madrid-Burgos. Presas y pantanos, como los embalses de Barrios de Luna en León, Riosequillo en Madrid, La Muedra-Cuerda del Pozo en Soria, o El Cenajo en Albacete y Murcia. También se utilizaron prisioneros para construir aeropuertos como el de Santiago de Compostela, Valladolid o Sondica.
Y no acaba todo ahí: también se aprovecharon de estos prisioneros terratenientes o altos cargos del gobierno franquista o del ejército para llevar a cabo obras privadas o incluso grandes empresas privadas afines al régimen.

Eso sí, por el camino, todos estos trabajadores forzosos sufrieron torturas físicas, psicológicas y lavados de cerebro: tenían que comulgar, ir a misa o cantar diariamente el Cara al Sol. También hay testimonios de grandes hambrunas en algunos campos. De hecho, muchos de los encargados de la represión o la administración en los campos habían sido víctimas en la zona republicana, y por este motivo muchas veces la revancha y la venganza eran una constante.
Campos de concentración más notables
Y ya por último, vamos con una lista de los campos de concentración más importantes:
- Campo de concentración de Albatera que antes había sido un campo de trabajo republicano.
- Campo de concentración de Camposancos, conocido en Galicia como «la puerta del infierno».
- Campo de concentración de Castuera, en el que hay inmensas fosas comunes de varios asesinatos en masa que se cometieron.
- Campo de concentración de La Corchuela, cuyos presos construyeron los 158 km del canal de riego del Bajo Guadalquivir conocido como el Canal de los Presos.
- Campo de concentración de Los Almendros, preparado por militares italianos de la división Littorio.
- Campo de concentración de Miranda de Ebro, por el que pasaron 65.000 prisioneros republicanos y que se acabó convirtiendo en un campo de extranjeros que huían de la Segunda Guerra Mundial o que habían luchado en la Guerra Civil con las Brigadas Internacionales. Finalmente, el campo acabó siendo refugio de algunos alemanes que, una vez perdida la guerra, huyeron de Alemania buscando refugio en la España Franquista.