El problema de tener muchos gallos en un gallinero es que no tardarán mucho en pelear cuando al menos dos de ellos se sientan lo suficientemente fuertes para quedarse con el control del corral. Esto es lo que pasó en la Europa de finales del siglo XIX y principios del siglo XX.
La industria europea crecía y el PIB de todas las potencias no dejaba de aumentar. Los nuevos métodos industriales cada vez eran más sofisticados y eficientes, y para que la maquinaria siguiese engrasada y trabajando al 100% solo se necesitaba una cosa: materias primas.
La mayor parte de las minas y tierras cultivadas de los países industrializados estaban ya siendo explotadas, por lo que todas las potencias pusieron sus ojos en África, un territorio que hasta entonces no había tenido ningún interés para nadie. Hasta el comienzo del siglo XX, extraer materias primas en África y traerlas a Europa no era rentable; llevaba muchísimo tiempo, costaba mucho llevar el material de las minas a los puertos y los barcos podían transportar muy pocas toneladas de materiales. Sin embargo, con la industrialización todo eso había cambiado.
Las minas africanas se podían mecanizar y los barcos podían llevar muchas más toneladas de materias primas. Por si fuera poco, el auge del ferrocarril permitía construir vías férreas que uniesen directamente las minas con los puertos. De hecho, si se consulta un mapa de las vías férreas africanas, a día de hoy todavía se ve cómo la mayor parte de las infraestructuras férreas construidas tienen como objetivo conectar minas con puertos. Todos estos avances provocaron que bajase el precio de importación de las materias primas africanas a Europa, lo que a su vez provocó que otras materias primas, como el caucho, el algodón o el propio té, también fuesen importadas de África.
Colonización de África: la carrera por los recursos
El problema para las potencias europeas era que en África no había unos estados fuertes con los que negociar, por lo que la única opción para crear las infraestructuras pertinentes, controlar las minas y aprovecharse de los cultivos, era colonizar el territorio. Además, esto iba a dar a las potencias industriales acceso a un nuevo mercado en el que millones de africanos podrían consumir los productos que se fabricaban en las industrias europeas. Y es que la balanza comercial de países como Reino Unido era muy negativa, es decir, importaban mucho y exportaban poco. Por lo que estos nuevos territorios proporcionarían un nuevo mercado al que vender todo tipo de productos manufacturados.
En 1880, Alemania comenzó de la mano de Otto von Bismarck su expansión internacional y, aunque Asia fue un importante teatro de operaciones, el bacalao, por todo lo que hemos visto antes, se cortó en África. Para entonces, países como Francia, Reino Unido o Portugal tenían una tímida presencia en zonas costeras muy concretas del continente. El interior de África apenas estaba explorado y este estaba controlado por una serie de reinos autóctonos sin unos límites claramente marcados. Para 1914, toda África, excepto Etiopía, Liberia y el sur de Libia, estaba ya en manos europeas. La colonización de África fue una carrera en toda regla. Reino Unido, Francia, Alemania y Bélgica trataron de hacerse con la mayor cantidad de territorios posibles. También Italia, Portugal e incluso España entraron en esta carrera haciéndose con territorios con los que habían estado ligados en épocas pasadas.
Expansión colonial en Asia
La carrera colonial también llegó a Asia. El mayor continente del mundo era origen de productos muy codiciados en Europa, que entonces era el motor del progreso mundial. La porcelana, la seda o las especias llevaban siendo productos de lujo en Europa desde la llegada de los portugueses y españoles a la zona en el siglo XVI. Sin embargo, a finales del siglo XIX y principios del XX, al igual que pasaba en África, las potencias europeas adquirieron mejores transportes que les permitían explotar también los recursos mineros asiáticos de forma rentable. Así que, a partir de 1870, las grandes potencias europeas con territorios en la zona comenzaron a expandir sus imperios por Asia. Reino Unido se centró en Oriente Próximo, la India y Oceanía. Francia consolidó sus territorios en la Indochina. Los Países Bajos se hicieron fuertes en la actual Indonesia, mientras que los alemanes lo hicieron en Papúa y los archipiélagos de Micronesia. Estados Unidos se quiso sumar a la fiesta tomando las Filipinas de manos españolas.
A todo esto había que sumarle la existencia de potencias regionales que ya tenían economías importantes asentadas en la zona, como era el caso de Japón y del Imperio Ruso.
Fronteras y conflictos: el legado colonial
El problema llegó cuando, en esta carrera colonial, los territorios a colonizar empezaban a escasear y enseguida surgieron roces entre las potencias europeas que se solventaron de forma relativamente pacífica, dando lugar a enormes fronteras rectilíneas hechas con escuadra y cartabón que aún hoy en día se pueden ver por todo África.
Esta situación, unida al crecimiento industrial de Alemania en la segunda mitad del siglo XIX, hizo que Francia y Reino Unido se pusieran muy nerviosos y la tensión en el mundo se pudiese cortar a cuchillo. La solución que encontraron las potencias europeas fue forjar alianzas entre países, hasta que se formaron dos bloques rivales. El primer bloque se llamó la Triple Alianza, formada por Alemania, el Imperio Austrohúngaro e Italia. El bloque contrario a la Triple Alianza se llamó la Triple Entente y estaba formado por Reino Unido, Francia y el Imperio Ruso. Las tensiones entre ambos bandos comenzaron a crecer y a crecer hasta que Europa se convirtió en un polvorín con estados más pequeños que a su vez tenían alianzas con los estados más grandes, haciendo que cualquier mecha pudiese hacer explotar todo por los aires y desatar la Primera Guerra Mundial.